De la riqueza: Historias de Ta Jacinto Lexu IX

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 5/Ene/2014] 

El 15 de enero es para los zapotecas, y para personas de otras etnias, una fecha especial, pues ese día celebran al Cristo Negro de Esquipulas. Conforme avanzan los años más gente se suma a estos festejos, pues dicen que es muy milagroso. Antiguamente, los paisanos tardaban casi dos meses en llegar al pueblo, porque Esquipulas se encuentra al sur de Guatemala, casi en la frontera con Honduras. Las caravanas de carretas eran larguísimas, y los abuelos decían que los hijos de los binnigula’sa’ debían acudir al lugar al menos una vez en la vida. Quién sabe de cuándo surgió la costumbre.

Es tanta la fe depositada en el Cristo Negro, que muchos pueblos han consagrado templos en su honor, para que una representación suya los acompañe. De todos los Cristos istmeños, el más importante es el que se encuentra en Santa María Xadani, poblado famoso por los totopos que preparan sus mujeres.

Ahí llegó Ta Jacinto Orozco una tarde de enero. Visitó a los amigos que tenía en el pueblo, y conversando con alguno, supo de un joven con una extraña costumbre: cada mañana se dirigía al templo del lugar para dejarle una veladora al Cristo Negro, con la petición solemne de que lo volviera adinerado. Apenas se enteró, Ta Chintu Lexu se impacientó por conocerlo.

Al día siguiente, nuestro personaje se dirigió muy temprano a la iglesia de Xadani para dejar una pequeña ofrenda y para esperar al extraño muchacho. Entonces lo vio entrar. Era inconfundible. Por la expresión del rostro y la complexión del cuerpo, rondaba los veinte años. Y antes de que se acercara al altar principal, le habló de este modo:

“¿Cómo te llamas, hijo, y qué haces aquí?”. Después de dar un pequeño brinco por el susto, el joven respondió: “Me llamo Mateo, señor, y vine a hablar con el Cristo para que me vuelva rico”. Ta Jacinto se sorprendió por su franqueza, ya que aquél no mostraba la menor timidez al revelar dicho asunto. Y con la misma precipitación de la respuesta, Ta Chintu le dijo más o menos lo siguiente: “Hoy es tu día de suerte, pues encontraste a la persona que puede cumplirte el deseo. Conozco al hombre más opulento de nuestra región, de cuya fortuna se admiran hasta en el centro del país, y con el que podría llevarte hoy mismo si tú aceptas”. El muchacho pensó que Ta Jacinto era alguna aparición de las que había escuchado hablar, por lo que aceptó la propuesta.
Ambos se dirigieron a San Jerónimo Ixtepec, con la persona más pudiente de cuantas en ese tiempo existían. Al acercarse a la casona, bastó con que vieran a Ta Jacinto para que de inmediato le cedieran el paso, invitándolo cortésmente a entrar. Era, pues, muy amigo del anfitrión.

“¡Jacinto!, hermano, ¿a qué debo el honor de tu visita? Hace ya muchos meses que pregunto por ti, pero nadie me sabe dar razón. Un día te miran en un lado y al siguiente en otro”. El muchacho xadaneño, un poco sorprendido por la cálida bienvenida a Ta Chintu, lo escuchó responder: “Alejandro, me alegra que me tengas el mismo afecto de siempre. El motivo de mi visita es hacerte una sencilla pregunta”. El hombre más rico de sureste tomó asiento y prestó atención. Entonces, Ta Jacinto expresó: “Traigo conmigo a Mateo, joven de humilde condición que anhela enriquecerse. Y lo que te pregunto es, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar por tener su edad, su complexión, y estar en su lugar?”. Ta Alejandro, sin el menor rastro de duda, exclamó: “¡Todo mi dinero! Daría todo lo que poseo por estar en el lugar de este muchacho. ¿No ves que ya rebaso los 80 años?, ¿no ves que mis días están contados? De poco me sirve la riqueza si no tengo vigor”. 

Después de un rato de amena conversación, las visitas se despidieron amablemente. En seguida salieron con rumbo a Xadani, pero ante el calor sofocante decidieron descansar debajo de una fresca sombra. En ese momento, Ta Jacinto Lexu le dirigió estas palabras a Mateo: “Siempre encontraremos a alguien dispuesto a entregar un tesoro por tener lo que posee cualquier otro: la lealtad de una familia íntegra, la inteligencia, el amor de una honesta muchacha, la juventud, la valentía, o alguna otra cualidad no tan sencilla de adquirir. ¿Te diste cuenta de lo acaudalado que eres? Y eso que nada más pusimos precio a tu edad. Imagínate si además fueras un muchacho listo que se valorara a sí mismo, a los suyos y, sobre todo, que diera más importancia a las virtudes que al dinero. Es forzoso que te empeñes en cuidar y acrecentar la riqueza que posees. No sea que mañana, si llegas a tener una fortuna, termines quedándote pobre…”