Supervivencia

"Nadie creerá que eres brujo", le dijo el nahual a Francisco cuando le perdonó la vida.
Ilustración: Manuel Trapiche


Gubidxa Guerrero 

Francisco camina despacio. El traje le pesa demasiado. A pesar de repetir la rutina de ejecutivo de una importante firma, sigue sin acostumbrarse. La capital del país lo fascina en algunos aspectos, pero en otros le aburre. De no ser por los vendedores ambulantes, la calle Madero y sus visitas al barrio de Tepito, se moriría de desesperación.   

El árbol de guetazee


Por Gubidxa Guerrero

Con mucho cariño, para mi hermana.

Xunaxi siempre pensó que el mundo no había descubierto la comida zapoteca. Decía que en el más pequeño pueblito del Istmo, Valle o Sierra podían prepararse más guisos originales que en la Francia entera o en la botuda Italia. “Pero así son las cosas. A lo mejor Dios nos ama tanto, que guarda placeres únicos para nosotros”. 
   
De todo lo que su paladar había probado, acumulaba recuerdos precisos. Y de los muchos platillos que le gustaban, tenía por predilecto los tamales de elote, conocidos en la zona istmeña como guetazee, que acompañados con crema y queso saben a comida de dioses.
   
Deshojaba lentamente cada tamal. Una vez en el recipiente, le vaciaba a cuentagotas la mantequilla, espolvoreando pedacitos de queso seco o porciones de queso fresco, según su preferencia.
   
De niña siempre imaginó que los tamales de elote eran frutos brotados a ciertos árboles. ¿Una planta de guetazee? Podría ser… En la mente de los pequeños todo es posible. Pero una tarde, Xunaxi cometió la imprudencia de confesar su ilusión a sus hermanos, quienes, traviesos como ellos solos, decidieron tenderle una trampa.   

Historia del Cortamortaja

Ilustración: Gregorio Guerrero 


Gubidxa Guerrero

Hace bastantísimo tiempo, tanto que no hay quien lo recuerde, los animales reinaban en el mundo. Ellos, y nadie más, dominaban por sobre el firmamento, los mares y la tierra toda. Cuentan los que me refirieron esta historia que en aquel entonces la vida no acababa; todo ser perduraba eternamente. 
     

Prestigio compartido: San Blas Atempa y Tehuantepec

Serpiente de piedra en el Barrio Xhihui, San Blas Atempa.
Foto.- Flavio Rojas 
Gubidxa Guerrero

Los zapotecas istmeños vivimos en una pequeña confusión o en un malentendido, según quiera decírsele, pues durante las últimas décadas hemos sido injustos con lo que hoy es la Villa de San Blas Atempa.

A lo largo de muchos años, cronistas e historiadores han otorgado el reconocimiento y prestigio, que  debería ser compartido, a un solo municipio. Pues cuando hablamos de la sede del poder político del reino zapoteca del Istmo, pensamos únicamente en Tehuantepec; cuando nos referimos a la ‘Rebelión de 1660’, nos imaginamos al pueblo tehuantepecano de hoy y a los barrios que hoy lo conforman.

Pero lo cierto es que el Tehuantepec de nuestro tiempo no es exactamente el de la historia prehispánica y colonial. Le falta una parte esencial, le faltan dos antiguos barrios que hoy componen un municipio aparte: Xhihui y San Blas.