Fotografía.- Rafael Pacheco Jiménez. |
Por Gubidxa Guerrero
Lorenzo fue un niño travieso que vivió hace varias generaciones en Juchitán. Refieren quienes lo conocieron, que tenía ciertos dones: entendía, por ejemplo, el idioma de los zanates y de los pájaros carpinteros; sabía con anticipación cuándo ocurriría un terremoto o si sería buen año para las lluvias.
Lorenzo fue un niño travieso que vivió hace varias generaciones en Juchitán. Refieren quienes lo conocieron, que tenía ciertos dones: entendía, por ejemplo, el idioma de los zanates y de los pájaros carpinteros; sabía con anticipación cuándo ocurriría un terremoto o si sería buen año para las lluvias.
A Lorenzo le gustaba mucho el agua de coco. Cuenta la gente que a todas horas disfrutaba de esta bebida; tanto así que le apodaban Lenchu Naga’nda, pues además acostumbraba tomarla recién salida del fruto fresco. La señora donde vivía contaba asombrada a los vecinos cómo, desde antes de aprender a caminar, a Lenchu ya le agradaba mucho esta agua.
No tuvo padres. Ta Severiano lo trajo del campo una tarde que regresaba de cacería. Todos asumieron que era huérfano, por lo que el cazador y su compañera lo adoptaron y criaron como propio. Na Laureana, como se llamaba la esposa, contó que una vez que Lorenzo enfermó, no encontraban forma de que el chamaco comiera y se hidratara. Entonces a una vecinita se le ocurrió darle de probar el agua de coco, que el niño de inmediato degustó sonriente sin dejar de beberlo nunca más.