El satélite

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 2/Feb/2014] 

Se encontró Ta Cándido Martínez, sobrino de Ta Manuel Mistu, a un joven universitario. De México había venido el muchacho, a quien se dirigían como El Estudiante. Esto sucedió hace como treinta años.

Estaba atardeciendo en El Espinal, mientras caminaban por las orillas del pueblo. Entonces Ta Cándido miró al cielo y entrecerró los ojos. Se detuvo unos instantes. En ese momento ‘El Estudiante’ preguntó qué le pasaba. Ta Cándido, dijo sin dudar: “Acabo de ver una estrella fugaz y le pedí un deseo”. El instruido muchacho comentó: “¿Se refiere a aquél punto brillante en el cielo?”; a lo que Ta Cándido respondió sin dudar: “Sí, a ése mero”. Una sonora carcajada salió de ‘El Estudiante’ mientras le explicaba a su adulto compañero que no era una estrella fugaz lo que había visto, sino un satélite.

“Mire señor ―le dijo―; en estos tiempos el ser humano ha conseguido llegar al espacio. Y no sólo eso, sino que ha podido colocar artefactos que giran alrededor de la Tierra. Éstos sirven para muchos fines, entre ellos distribuir información o conectar un lugar del mundo con otro en instantes. Son llamados satélites”.

“Ya lo sabía ―respondió Ta Cándido― sin perturbarse. Lo que tú llamas así, era conocido por mi tío Ta Manuel Mistu, como Pascorina y a eso es que le pedí el deseo. Pero como tú no sabes de esas cosas, tuve que decirte que vi una estrella fugaz, para que no te sintieras. Decía mi tío que antes del Diluvio el mundo era parecido a lo que es ahora. Había carros, edificios, aviones y las demás cosas que vemos en la televisión. Hasta en la luna vivían las personas, donde tenían sus casas y se iban cuando se aburrían de andar en este mundo. Contaba que la gente era observada por las Pascorinas. Bastaba que uno mirara al cielo para que esos fierros lo vieran a uno y escucharan su petición. De este modo un señor podía pedirle a la Pascorina que lloviera o que lo sacara de algún problema. La máquina hacía cuentas, y si lograba acomodar las cosas en sus complejas operaciones matemáticas, entonces solito se arreglaba todo y la solución llegaba. Todos se acostumbraron a pedir deseos a las Pascorinas ―a las que tú llamas satélites―, y así hasta que sucedió lo del Diluvio… Cuando la Tierra se inundó, las ciudades se destruyeron y todo lo que el hombre había construido en miles de años se acabó. Las nuevas generaciones nada sabían de lo que habían inventado sus antepasados y volvieron a empezar de nuevo. Sólo unos cuantos guardaron en la memoria el mundo que antes tuvieron, y así es como lo fueron contando a sus descendientes, entre ellos mi tío, que me lo contó a mí. Por eso es que cuando veo un satélite ―que como te he dicho, se llaman Pascorinas― le pido un deseo. Y como la gente ignorante no sabe lo que hago, les cuento que tan solo miré una estrella fugaz”.

De inmediato El Estudiante supo que acababa de escuchar una ingeniosa historia salida de la imaginación de su amigo, y se echó a reír. “Ay, Ta Cándido. Olvidé que usted es uno de los más grandes contadores de mentiras de nuestra región. Y yo que me quise lucir.” Así fue como en El Espinal un señor salió de una embarazosa situación frente a un joven universitario…