Monstruo acuático

Ilustración de Javier Martínez Pedro
Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 24/Nov/2013]

Paciente espera debajo de la húmeda tierra del Río de las Nutrias. Es un ser fantástico que aprendió a sobrevivir en el mundo y a disfrutar de sus temporales lluviosos. Las inundaciones que tanto daño causan, son los acontecimientos más alegres para él. 

¿Cómo se llama? Todos lo ignoran. Pero se sabe, en cambio, de sus hábitos, además de su forma física. Este animal ―o lo que fuere― al que llamaremos únicamente ‘mostruo acuático’, es alargado. Dicen que tiene escamas, cual simple mojarra. Otros, en cambio, le vieron gruesa piel, como los lagartos que antes habitaban en el Estero de Piedra, que está yéndose a Unión Hidalgo. Posee uno o dos pares de extremidades, mismas que terminan en filosas garras con las que se sujeta a las ramas de sauce para ganar impulso.

¿Por qué disfruta de las temporadas de huracanes? Porque alguna vez fue humano y caminó por las calles polvosas de Juchitán de las flores. Tal vez haya sido un nahual ―bidxaa le dicen mis paisanos en la hermosa y melodiosa lengua zapoteca― que se quedó atrapado en su forma animal, porque otro metamorfoseado lo encantó mediante hechizo para que jamás recuperara su humanidad. 

El caso es que recordando sus años gloriosos aprovecha la crecida de las aguas para adentrarse por las calles hoy pavimentadas de la ciudad. Mientras la gente huye presurosa a los albergues o se sube a los techos de las viviendas para librarse del río que lo envuelve todo, este animal portentoso se mueve sigilosamente por delante de las altas banquetas inundadas. 

Fotografía tomada en el Río Igú', Juchitán, Nación Zapoteca
Los jóvenes osados que, con el peligroso río crecido, cruzan las avenidas sienten algunas veces su textura. Se paralizan instantáneamente sabiendo que sus pies tocaron un ‘no sé qué’; y entonces nadan frenéticamente para evitar topárselo de nuevo.

Entre las vivencias de uno de los seres más extraordinarios que habita nuestra región se encuentran los días felices en que el río ha ido más allá de las partes bajas y cubre toda la ciudad y los pueblos circunvecinos. Es cuando se sabe dueño de todo, y aprovecha cada instante para visitar los antiguos pueblos que recorriera antes; y sus calles, y sus casas y todo cuanto le recuerde su antigua existencia. Por eso dicen los viejos que no todo es malo; que no hay mal que por bien no venga. Bien lo sabe nuestro monstruo, que se siente más vivo que nunca precisamente en los días aciagos.