Octubre es un mes especial, tal vez el más raro de los meses del año. En la región istmeña octubre huele a flores del camposanto, huele a nuestros difuntos.
Contrario a lo que sucede en otras regiones del mundo, la muerte es para los zapotecas una etapa más en el ser. Cuando uno muere físicamente, continúa vivo en otro sitio. De hecho, la muerte es apenas el comienzo de una serie de peripecias que conducen al individuo al más allá.
Un difunto necesita conocer el camino y seguir estrictamente ciertos pasos para completar su etapa. Cuando alguien pierde la vida terrena, tarda todavía varios meses en llegar al inframundo, al cielo, o al paraíso, según las creencias de cada quién.
La persona aún necesita hacerse de un perro que lo cruce del otro lado de un caudaloso río que debe atravesar forzosamente, y demás minucias que mucha gente conoce bien.
No obstante, un aspecto importante de nuestra tradición es cuando las almas retornan cada año. No llegan en noviembre, como marca el catolicismo, sino en el mes de octubre.
Lo peculiar es que desde los primeros días se suelta un aire seco, bastante extraño. El llamado bixandu’, o ‘viento de Todosantos’, ‘viento de Día de Muertos’. A veces, cuando nuestros antepasados ansían vernos y disfrutar de nuestros presentes, llegan desde finales de septiembre.
Se dice que con esos ventarrones las almas anuncian su llegada. Se dice también que con los aires de octubre viajan algunos de nuestros parientes ya fallecidos.
Pero el aire fresco de octubre debe esperarse con precaución ya que, por ser sagrado, propicia enfermedades. Las almas no llegan solas.
En nuestra querida región los vientos son tan comunes que apenas los notamos. Pero tratándose del viento-muerte se siente distinto. Tal vez sea la brisa otoñal la que traiga consigo las semillas de algunas flores que ofrendaremos a nuestros ancestros. Quizá sean los aires vespertinos los que cubran de amarillo los verdes campos de nuestra tierra. Bixandu’.
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Texto publicado en Cortamortaja el jueves 31 de octubre de 2024.