Revolución, guerra civil y duelos de poder. Las ‘revoluciones’ de 1910 a 1920

Francisco Villa y Emiliano Zapata en Palacio Nacional
Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 09/Nov/2013]

Noviembre es el mes de la Revolución Mexicana. Durante los últimos cien años se nos ha enseñado a venerar la figura del Apostol de la Democracia, Francisco I. Madero. Lo curioso es que la historia oficial pone en el mismo panteón de héroes a personas que guerrearon entre sí en la pugna por ideales, intereses y/o poder político.

Por mucho que la segunda década del siglo XX pretenda presentarse de un modo simple ―pueblo contra tiranía―, los hechos van mucho más allá de eso.

El villano de la historia suele ser el viejo General Porfirio Díaz, Presidente de la República por más de treinta años. Sin embargo, el dato que derrumba el mito antiporfirista, afirma que Díaz renunció a los seis meses del inicio de la gesta armada, cuando no había sido tomada ninguna capital estatal y el Ejército del régimen estaba casi intacto. De hecho, las negociaciones entre el gobierno porfirista y los revolucionarios se dieron en Ciudad Juárez, población fronteriza. 

Pero si, para evitar mayor derramamiento de sangre, el dictador renunció recién comenzada la rebelión maderista, ¿contra quién se combatió los siguientes diez años?

Primeramente, contra el sucesor de Díaz: Francisco I. Madero. Pocas personas saben que el famoso Plan de Ayala, promulgado por Emiliano Zapata en el Estado de Morelos, no iba dirigido a Don Porfirio, sino al Apóstol. Y es que Madero, perteneciente a una familia terrateniente, no tenía muchas intenciones de repartir las tierras a los campesinos que lo habían apoyado.

Madero gobernó aproximadamente año y medio. Después fue derrocado con un Golpe de Estado promovido por las viejas élites porfiristas que habían salido ilesas del levantamiento maderista. El Presidente fue brutalmente asesinado por órdenes de Victoriano Huerta, que le había jurado lealtad.

¿Quién encabezó la nueva insurrección? Don Venustiano Carranza, con el Plan de Guadalupe. Gobernador de Coahuila, hombre duro, perteneciente a las familias pudientes del norte de México, Carranza era también un porfirista. Pero con él se levantaron miles de indígenas y campesinos en todo el territorio nacional, especialmente en Morelos, Puebla y Chihuahua. Fue en esta etapa, de 1913 a 1914, que las figuras de Francisco Villa y Emiliano Zapata brillaron con luz propia. El primero, al frente de la famosa División del Norte, subordinado a Carranza;  el segundo, sin más ley que el Plan de Ayala.

A mediados de 1914 Victoriano Huerta fue derrotado y, con él, el andamiaje que Porfirio Díaz había construido durante más de tres décadas. Entonces, podríamos decir que las luchas populares estaban consumadas, pudiendo comenzar un reacomodo político entre los enemigos del sistema. 

Pero entonces entramos a una nueva lucha armada que envolvió a los antiguos revolucionarios: Villa se separó de Carranza, desconociéndolo como Presidente, y se unió a Zapata, pidiendo, en cambio, que un gobierno revolucionario emanado de la Convención de Aguascalientes dirigiera los destinos de México. Venustiano Carranza, de la mano del General Álvaro Obregón y de miles de combatientes indígenas derrotó a Villa en sendas batallas en el año de 1915. Posteriormente el gobierno carrancista promulgó la Constitución de 1917 y liquidó a los zapatistas, incluyendo a su máximo jefe, en 1919.

En 1920 fue Álvaro Obregón quien desconoció a Carranza y se levantó en armas con el Plan de Agua Prieta, haciéndose del poder nacional. El artífice de la Constitución fue asesinado en Puebla. Pocos años después, mandó matar al Francisco Villa, con quien previamente había alcanzado un acuerdo para su retiro. 

Aquí es prudente detener la historia, ya que sería un cuento de nunca acabar; pues poco después, a Obregón se le rebeló fallidamente Adolfo de la Huerta. Luego se levantaron en armas los Cristeros…

Como se ve, los movimientos armados en México fueron muchos y obedecieron a distintas razones. El oficialismo priísta, que de alguna manera era la conjunción de muchos antiguos militares que sirvieron a distintos jefes, los reivindicaron a todos. En la muerte, pues, fue posible conciliar a quienes en vida se combatieron sin descanso.