El pozo

Ilustración.- Gregorio Guerrero
(basado en una foto de Héctor Díaz)
Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 03/Nov/2013]

Existen antiguos vestigios que perviven con el paso de los siglos. Tal sucede con un viejo pozo que se encuentra a las afueras de Laollaga, y al que todos parecen ignorar. A pesar de que el lugar es un punto neurálgico de la zona, nadie osa acercarse. 

Sobre aquel misterioso pozo se cuenta una historia que procuraré referir en los términos que yo mismo escuché: 

Dicen que quien asome su cabeza para ver el agua que hay en el fondo, logrará saber el futuro. Sin embargo, como complemento a dicha facultad, la persona que quiera conocer el devenir, tendrá que mirar su propia muerte.

Todos deseamos estar al tanto de algunos aspectos que no han sucedido. Muchas veces soñamos en las ventajas de conocer lo que vendrá. Pero ¿cuántos quisiéramos saber la forma en que será nuestra muerte o el momento en que ésta llegará? Es algo que enloquecería a cualquiera. Los secretos del mundo son poderosos. Ninguna ventaja llega sin un precio. 

Cuentan que muchos lo intentaron, pero pocos se atrevieron. En ocasiones algún fanfarrón anunciaba su determinación de ir a echar un vistazo. Cuando eso pasaba, toda la gente de Laollaga iba como en procesión a comprobar si aquél decía la verdad. Pero al llegar el momento, el fulano se arrepentía, desatando la burla de la muchedumbre.

Un vendedor de Guevea, llamado Enrique, también quiso comprobar la veracidad de la historia. Se fue al monte a meditar varios días sobre lo que iba a intentar. Al regresar se sintió preparado para mirar dentro del pozo. 

Llegó con una comitiva que, como en anteriores veces, esperaba burlarse del individuo. Sin embargo Enrique dio los suficientes pasos para asomar medio cuerpo. Transcurrieron los minutos y las horas, y el hombre no se movía. De repente se escuchó un grito desgarrador. Momentos después, Enrique se levantó y caminó hacia el gentío con una cara de espanto.

Pasaron semanas enteras antes de que el vendedor pronunciara palabra. Pero cuando salió de su letargo, una alegría lo invadió. Desde ese momento fue la persona más feliz del mundo, y media región lo envidiaba por el regocijo que parecía tener. Muchos otros, al ver su felicidad, fueron presurosos al pozo para compartir su dicha; pero a los pocos días terminaban suicidándose por no soportar la carga de conocer su final. Entonces el lugar cayó nuevamente en el abandono.

Enrique se convirtió en consejero. El único requisito para escuchar una recomendación suya, era que no se revelara lo que éste dijera. Y una tarde de diciembre el hombre se marchó de Guevea.

Regresó al pozo. Se asomó por un largo rato, y continuó su marcha. Quienes lo siguieron refieren que se embarcó en Salina Cruz para no regresar nunca más…

Hace poco, cierto anciano decidió revelar uno de los secretos que le contara Enrique ‘el de Guevea’. Dice que mucho tiempo atrás le oyó pronunciar estas palabras: “vive cada día como si fuera el último. Sólo así podrás derrotar a la muerte cuando ésta llegue, pues te encontrará en paz contigo mismo”.