Subcomandante Insurgente Marcos |
Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el lunes 30/Dic/2013]
Pasado mañana el Ejército Zapatista de Liberación Nacionl (EZLN) cumplirá 20 años de haberse levantado en armas. La irrupción de los indígenas chiapanecos, capitaneados por el Subcomandante Insurgente Marcos, en la escena política nacional lleva casi una generación.
La mayoría de los mexicanos de hoy ha llegado a ver los comunicados y las acciones políticas de los neozapatistas (porque ‘zapatistas’ los que pelearon con don Emiliano de 1910 a 1919) como cosa cotidiana. Y ello se debe a que los gobiernos priístas supieron lidiar con el fenómeno mediático que significó, al grado de adoptarlo en los discursos oficialistas. Ser neozapatista es bien visto.
Si algo caracterizó al viejo PRI (el de los años sesentas y setentas, el del nacionalismo “revolucionario”) fue su disparidad entre los dichos y los hechos. Los priístas tradicionales podían vociferar contra la Iglesia Católica desde la tribuna, mientras iban dócilmente a misa dominical; podían, también, acusar al “imperialismo yanqui”, mientras sus líderes vacacionaban en el vecino país del norte; podían, finalmente, hablar de justicia social y de políticas públicas a favor de los que menos tienen, mientras México se volvía más desigual.
Esa cualidad permitió que este partido longevo sobreviviera y se “renovara” periódicamente; ya que, cuales encantadores de serpientes, siempre daban por su lado a todos. Y así lograron ser aliados de los gobiernos estadounidenses y de Fidel Castro; de este modo pudieron apoyar a ciertas guerrillas centroamericanas, mientras asesinaban campesinos en Guerrero o reprimían estudiantes en Tlatelolco.
Las dificultades comenzaron al llegar los tecnócratas; personajes grises, sin tacto, que en aras de aplicar recetas económicas rígidas, cometieron la equivocación de mostrarse como son: insensibles al sufrimiento popular, e indiferentes ante el clamor mayoritario. De este modo el PRI fue perdiendo simpatías entre las bases y la cúpula partidista, de tal manera que un sector importante renunció a sus filas para fundar el PRD. Después, los priístas terminaron perdiendo la presidencia de la República.
Doce años fueron suficientes para que el desencanto de millones de mexicanos los empujara de nuevo a Palacio Nacional. Y si de algo les sirvió la derrota fue para aprender de los desaciertos ochenteros y noventeros. Gente como Manlio Fabio Beltrones y Beatriz Paredes sacaron al tricolor del atolladero electoral y lo revitalizaron con un solo ingrediente: el buen decir.
Los priístas no han cambiado. De hecho, quizá hoy sean más corruptos e insensibles que ayer. El fondo de ese instituto político sigue siendo de nepotismo y la deshonestidad. Sin embargo, están impulsando una “nueva” manera de gobernar, que a las generaciones actuales pudiera entusiasmar.
Enrique Peña Nieto promovió el Pacto por México, que retoma postulados históricos de la izquierda mexicana (encarnados actualmente en el PRD, PT y Morena), así como principios defendidos por el panismo tradicional. Es decir: el titular del Ejecutivo está dando a cada quien por su lado.
Tal como en la industria del vestido se regresa a viejas modas, los priístas jóvenes están retornando a las recetas populistas setenteras. El nuevo estilo de gobierno es muy similar al viejo. Y confunde a muchos de quienes no vivieron en esa época, o saben poco de José López Portillo y Luis Echeverría.
El PRI ha llegado al colmo de exigir que se cumplan los Acuerdos de San Andrés en materia de derechos y cultura indígenas, cuando fueron ellos quienes mandaron el documento al basurero. A muchos sorprendió hace algún tiempo que un mandatario estatal priísta dijera: “Respetaremos el derecho a la resistencia y autodeterminación de los zapatistas”, que fue lo que expresó el joven gobernador chiapaneco Manuel Velasco Coello. Prometer no empobrece. Lo que en realidad está sucediendo es el regreso a viejas fórmulas.
Con veinte años de neozapatismo casi todo sigue igual en el país: la pobreza, la desigualdad, la corrupción y el PRI.