Mujeres de Yalálag |
Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 29/Dic/2013]
Los binnizá habitamos incontables poblaciones. Hay hermanos en valles, serranías y en llanuras. Los zapotecas poblamos ciudades enormes y comunidades pequeñas. Muchas son nuestras desde inmemorial tiempo ―desde que nacimos del vientre de las fieras y de las raíces de los árboles, o desde que las conquistamos―; en otras sólo estamos avecindados.
Como he contado en alguna otra ocasión, Ta Jacinto Orozco también se dedicó al comercio. Por tanto, a pesar de vivir mayormente en el Istmo, subía con algunas mulas a elevadas montañas para llevar los productos del mar a aquellos pueblos.
Uno de los lugares que visitó se llama Yalálag, poblado zapoteca donde las mujeres visten elegantes trajes y utilizan un precioso tocado en la cabeza, que hace rememorar a las abuelas binnigula’sa’.
Estaba el hombre caminando en la plaza de dicha población cuando pasó un joven preocupadísimo. “¿Qué sucede, hijo?”, inquirió Ta Jacinto. El muchacho, con algo de inquietud, respondió: “Es que no sé exactamente en qué gastar un dinero que tengo ahorrado. No me decido porque a cada cosa que pienso le encuentro alguna contrariedad. Si me entusiasmo por poner algún negocio, luego comienzo a imaginármelo: me figuro cómo será, cuanto voy a gastar, y todo lo que tendré qué hacer para que dicho negocio camine bien; pero, a fin de evitar algún problema futuro, pienso también en los inconvenientes que pudiera tener. Si me entusiasmo por construir una casa, la construyo en mi cabeza, la imagino resistente, y calculo el peor de los escenarios: temblores, incendios, y todo lo malo que pudiera ocurrirle, de tal manera que ésta sea resistente. Y así sucesivamente. Por eso es que no acabo”.
Ta Chintu Lexu, hombre de mucha prudencia, se identificó con el muchacho, y le comentó: “Me parezco bastante a ti. Siempre procuro ver los lados de cada cosa que realizo; porque todo cuanto hacemos en esta vida tiene consecuencias buenas y malas, lo que depende de la persona que la lleve a cabo, del momento en que se haga y de muchas otras circunstancias que deben ser consideradas. Por eso, lo que para unos resulta beneficioso, para otros termina siendo una catástrofe. Lo que me ha permitido seguir vivo, disfrutando de mis bienes y de buena salud, de la amistad de mis amigos y del cariño de algunas personas, es la previsión; ya que una persona desconfiada de sus juicios tiene más posibilidades de hacer las cosas bien, que alguien despreocupado. Pero hay una diferencia entre ambos: yo pongo un límite a mi previsión; pues sé que jamás encontraré una acción perfecta. Estoy consciente de que todo cuanto realice tendrá alguna objeción. Eso me permite decidirme cuando es necesario. De no ser así, viviría encerrado en mi choza sin salir ni ver a nadie, para no arriesgarme a perecer porque me caiga un rayo en medio de una tormenta cuando camino por la montaña…”
Como si hubiera salido de una grave situación, el muchacho indeciso recuperó el semblante y se le iluminó el rostro. Agradeció intensamente a Ta Jacinto Orozco por las palabras que le había compartido, quien antes de que se despidieran le dijo: “La persona con buen juicio debe intentar ser siempre precavida. Pero demostrará más inteligencia si evita que sus previsiones le arruinen el propósito original”.