El descarado espionaje estadounidense

Gubidxa Guerrero 

¿Qué pensaría el mundo si un país como el nuestro espiara a sus vecinos --con quienes no tiene disputa alguna-- a través de medios electrónicos sofisticados? ¿Qué diría el gobierno guatemalteco u hondureño si México grabara las conversaciones de sus mandatarios tal sólo para saber lo que charlan en el círculo más cerrado del poder centroamericano? Muy probablemente esos jefes de Estado y la misma Organización de la Naciones Unidas (ONU) pondrían el grito en el cielo y el asunto terminaría en un grave conflicto diplomático.

Este ejemplo algo fantasioso es muy real entre las potencias del mundo. Para nadie es ya un secreto que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos se la ha pasado espiando a personalidades del orbe. Es natural que la primera potencia del mundo utilice los medios más avanzados para hacer un marcaje personal a sus aparentes adversarios. Pero lo que indignó hace algunos años a la opinión pública fue que el espionaje no sólo lo dirigía hacia los enemigos declarados, sino hacia los supuestos aliados.