Ilustración de Gregorio Guerrero. |
[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 10/Mar/2013]
Después del “desastre de la Luna” que acabó con los contadores de mentiras de Guidxiguié’, la gente cayó en la tristeza y el desconsuelo inundaba el pueblo. Las mujeres iban al mercado desarregladas; algunas comenzaban a enflacar de tanta amargura. Los bueyes por estar melancólicos no movían una sola pata: los campesinos tenían que jalar de las carretas para ir a la milpa. Todo se consumía lentamente. La alegría, otrora proverbial de los juchitecos, menguaba.
Una mañana, dos amigos se encontraron en el callejón Angélica Pipi. Uno, recién venido de Esquipulas, Guatemala, llamado Chico Morgan, preguntó:
―¿Qué sucede? ¿Por qué veo a todos muy serios?
―¡Una gran desgracia, hermano!, dijo Chendu Neliu, que era como se llamaba el otro; desde que la luna mató a Moonge y a toda su camarilla, hay dolor en el pueblo.
―¿Pero cómo fue eso?
―El muy atrevido intentó escalar el cielo y conocer los caminos de Beeu. Le aventó un lazo y en lugar de treparse a la luna, ésta le cayó encima matándolo junto a todos los mentirosos que lo habían ido a despedir a Playa San Vicente.
―Con razón todo está en silencio. Es grave la situación. Jamás pensé que desapareciera esa raza de hombres ¿Y no hay nada que podamos hacer?
―Pues por ahí dicen que Betu Muxe’, el muchacho que borda trajes, se quedó con un libro donde están anotadas infinidad de mentiras, pero que lo tiene escondido en algún lugar.
―Habrá que ir a buscarlo para que nos saque del apuro y podamos hacerle un gran servicio a nuestra gente. Nada más déjame ir a casa de mi madre para avisarle que ya estoy en Juchitán. Nos vemos en el centro justo cuando el sol esté sobre nuestras cabezas.
Mientras llegaba el momento, Chico Morgan degustaba un rico caldo de iguana en compañía de su madre. La pobre mujer sollozaba cada que su hijo daba un sorbo al desayuno.
―Ya me enteré amá; ya sé que Moonge quiso treparse a la luna y que le falló el modo. Pero no se preocupe, pues junto con Chendu Neliu intentaré salvar a nuestro pueblo. Visitaremos a Betu Muxe’ y le pediremos el libro de mentiras que tiene. La señora esbozó una sonrisa con la buena nueva que acababa de escuchar.
―Muy bien, dijo ella, hagan lo que tengan que hacer, pero cuídense mucho de ese muxe’ porque dicen que hechiza a los hombres. El muchacho calmó a su madre, diciendo que mantendría la distancia.
A la hora convenida, Chendu Neliu y Chico Morgan se encontraron en el parque central. Caminaron derechito al Barrio Lima buscando al dueño de aquel tesoro, pues las referencias decían que ahí lo encontrarían. Al hallar su casa, vieron a un joven alto y delgado que bordaba flores de toloache en un hermoso huipil. De inmediato supieron que el hábil artista era Alberto Jiménez, mejor conocido como Betu Muxe’.
―Buenas tardes, qué se les ofrece, preguntó el bordador.
―Hermano, ¿has visto cómo sufre nuestra gente? Desde que murió Moonge el pueblo no ríe más, y al parecer tú eres la única esperanza. El muchacho se sorprendió con la afirmación, y preguntó:
―¿Pero cómo puedo yo salvar a nuestros paisanos? ¿Acaso soy brujo para revivir a los muertos? Chico Morgan le increpó:
―No te hagas el tonto, sabemos que tienes escondido un libro de mentiras.
―Eso es falso, ningún libro tengo yo, es mi doble quien lo guarda, y bien escondido que está.
―¿Tu doble? Pues vayamos ahora mismo con él, para que nos lo entregue.
―Eso va a ser muy difícil. Mi guenda no es de este mundo, lo he visto sólo en sueños, y es ahí donde me ha enseñado muchas cosas.
Algo incrédulos, Chendu Neliu y Chico Morgan se fueron a un rincón para platicar al respecto.
―Qué haremos, Rosendo. Se me hace que este Betu está jugando con nosotros.
―No lo sé Francisco, será mejor seguirle la corriente, no sea que tenga razón. Después de decirse palabras más, palabras menos, trazaron un extraño plan: acordaron dormir al bordador de huipiles para que platicara con su guenda y le sacara las mentiras que pudiera.
Cada mañana, durante cincuenta y dos días, fueron a casa de Betu Muxe’ a despertarlo para anotar todo cuanto le hubiera sido referido durante el sueño. La primera vez supieron de un hombre que fue a Guatemala pisando dos jabones sobre las vías del tren… El segundo día les contó Betu cómo los juchitecos intentaron construir una escalera para llegar al cielo, proyecto frustrado por la escasez de maíz para el pozol de los trabajadores… y así sucesivamente.
La penúltima mentira que Betu narró, trataba de unos toros que dañaron un huerto subiéndose a las palmeras, acabando con los cocos del árbol. La última noche, todavía el bordador pudo darse el lujo de escuchar en sueños una mentira para él apetecible: su guenda le contó sobre el hombre con el miembro viril más grande del mundo, quien para hacer el amor con su amada ―que vivía al otro lado de la calle― no tenía que salir de casa…
Completada la obra con las cincuenta y dos mentiras, Rosendo y Francisco reunieron a los habitantes del pueblo frente a la iglesia. Dijeron a todos que el primer sábado de cada mes contarían una historia del libro que habían rescatado de los sueños de Betu Muxe’. De este modo las personas recordarían por sí mismas otras mentiras que los niños aprenderían para que florecieran nuevos mentirosos. La gente, con sólo escuchar la noticia, se alegró sobremanera, los bueyes regresaron al trabajo y el pueblo abandonó su desánimo.
Desde aquel día Chico Morgan y Chendu Neliu fueron considerados benefactores de Juchitán. Hoy dos calles llevan sus nombres, y ellos viven en el Barrio Lima junto a Betu Muxe’. Hay quienes dicen que el joven artista los hechizó con yerbas; otros refieren que viven con él para que cada mañana, al despertar, les cuente una mentira que su guenda le haya relatado en sueños…