Ilustración de Mariana Flores González |
Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 26/Ene/2014]
Ixtaltepec es un pueblo de alfareros. Desde tiempos prehispánicos los hombres se dedicaban a este oficio. Hermosas ollas, que sirven para guardar precioso líquido, adornan los hogares zapotecas de toda la región. Iguanas verdes y negras se posan en las bases de barro que las sostienen. Delicioso ‘estofado’ también se prepara en este pueblo, y las suculentas ‘quesadillas de arroz’.
En las arenosas calles de Ixtaltepec jugó Ofelia, una niña inquieta que sobresalía por su chispeante inteligencia. A veces ella caminaba siguiendo el rastro de la carreta de su padre; en ocasiones se escurría entre los hornos donde sus paisanas preparaban el pan que alimenta al Istmo de Tehuantepec.
Ofelia no tenía sombra, lo que resultaba extrañísimo a cuantos la conocían. Su madre se percató de ello desde su tierna edad, mientras jugaba en el patio de tierra apisonada, cuando vio que la luz del astro rey la atravesaba.
Todos tenemos sombra. Algunos ancianos dicen que el cuerpo demuestra de esta manera la consistencia de nuestro ser: “si existes, entonces debes ser capaz de detener la luz del sol antes de tocar el piso”. Por ello Ofelia llegó a dudar de sí misma. En cierta ocasión preguntó a un vecinito: “¿de verdad me ves?” A lo que él respondió risueño: “claro que te veo Ofelia, y no sólo eso, sino que también siento tus golpes cuando te enojas conmigo”.
De muchas regiones llegaron ancianos curanderos, pues el caso de esta niña era prodigioso. Nadie podía explicarse cómo es que no obscurecía el suelo con su propia silueta. Y así transcurrió el tiempo.
Una tarde, poco antes de que el sol se ocultara por Dani Xumbe’ (‘Cerro de la Garza’), llegó el padre de la niña con varios animales del rancho. Tremenda sorpresa se llevaron al ver que entre éstos venía un águila lastimada. Según el campesino, halló al ave grande en la cima de aquella montaña.
Lo asombroso fue cuando todos se percataron de que el águila ―al que los zapotecas nombramos Bisiá― proyectaba dos formas en la tierra: la propia y otra de figura humana. Entonces cayeron en la cuenta de que años atrás dicho animal había hurtado la sombra de Ofelia, cuando se abalanzó contra la niña en una de sus idas al campo. Al no poder tomarla por la cabeza, sólo pudo quedarse con su silueta.
Como las águilas vuelan muy alto, nunca llega su contorno al suelo. Quizás por ello necesitara de la sombra de la pequeña ixtaltepecana…