Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el viernes 08/Nov/2013]
El miércoles 6 de noviembre dos personas fueron asesinadas en Juchitán. La razón aparente fue una riña ocasionada por la ponchadura de un neumático de una patrulla de la Policía Federal. El contexto, un bloqueo carretero a la altura del Canal 33, en la carretera Panamericana.
Una discusión, como cualquiera de las muchas que se dan cuando los ánimos se encienden, terminó en un acto de violencia inusitada. Eloy Sánchez, agente de la Policía Federal, murió víctima de las heridas de machete causadas por Jesús Gómez y su hermano menor. Jesús también falleció, víctima de los impactos de bala del uniformado.
Lo que hace algún tiempo sería noticia para comentarse por semanas, esta vez no pasó de nota roja; muy vendible, claro, pero relativamente intrascendente.
La violencia en la región istmeña es cada vez más común. Pareciera que todos nos estuviéramos acostumbrando a ella; lo que viene muy bien a las autoridades, que no se ven obligadas a ponerle freno.
¿Cuántos funcionarios serán destituidos? ¿En qué terminará la investigación de estos lamentables hechos? Tal vez no pase de unos jóvenes encarcelados y dos familias enlutadas.
Por eso debemos reflexionar sobre la raíz del problema. Los asesinatos del miércoles son consecuencia directa del clima de descomposición que vive nuestra sociedad. En Juchitán, Tehuantepec, Matías Romero, Ixtepec, Salina Cruz y casi todos los municipios istmeños no hay autoridad que valga. Impera la ley del más fuerte.
Por temor al estigma de “represor” muchos funcionarios se han desentendido de sus obligaciones, orillando a que la gente se confronte. Así pasó en la calle Miguel Hidalgo, en Juchitán, donde un desalojo ordenado por líderes coceístas pudo terminar en tragedia. Así ha pasado en varias colonias del puerto, donde los vecinos ya no saben a quién acudir para defenderse de la delincuencia.
De la decadencia de nuestra región todos somos culpables: aquellos jóvenes de los años setentas que, inspirados en ideales socialistas del otro lado del mundo, quisieron sacar al PRI de los ayuntamientos para perpetuarse en su lugar; la generación de nuestros padres, que dejó que esa partida de rufianes enlodara las esperanzas de miles; y nuestra generación que no ha sabido sacárselos de encima para que dejen de pervertir la función pública.
Juchitán y el Istmo agonizan. ¿Qué hacer? ¿Seguir ensimismados trabajando desde nuestras esferas?, ¿seguir apelando a la conciencia?, ¿continuar quejándonos?, ¿crear un movimiento político-social que aglutine a los excluidos de siempre, ciudadanía apartidista y jodidos? La gente está desencantada de los de siempre. Ninguna opción anterior parece garantizar el éxito. Y vuelvo a preguntar, ¿qué hacer?