'El río y la mar'. Playa Cangrejo, Morro Mazatán. |
Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 17/Nov/2013]
El Istmo de Tehuantepec tiene maravillosos paisajes: altas montañas, densos ríos y playas hermosísimas. Cercano a Salina Cruz existe un poblado llamado Morro Mazatán. El primero de sus nombres lo lleva porque dicho árbol ―del que se hacen jícaras― abunda en la zona. Su denominación en náhuatl significa ‘Lugar de Venados’ (Mazatl: ‘Venado’; Tlan: ‘Lugar’).
A corta distancia de Morro Mazatán se encuentra la mar. El lugar es conocido como Playa Cangrejo, pues durante los atardeceres salen miles de estos animales por entre la arena blanca. Existe allí un pequeño lago en el que suelen jugar los niños y bañarse las señoras o personas temerosas de la mar brava. Cuando la lluvia es poca, el agua se estanca, de tal manera que la orilla del lago se adentra por entre los manglares. No obstante, cuando el cielo ha dejado caer abundante líquido, el lago se ensancha y es tanta su alegría que rebasa sus límites y se adentra en el océano, uniendo su corriente con las olas.
Hace poco caminé por la arena quemante de Playa Cangrejo. Busqué refugio del ardiente sol junto al lago. Lo que empezó siendo un pequeño descanso, acabó convirtiéndose en una plácida y prolongada siesta. Fue fabuloso aquello que miré en sueños:
Me encontraba sentado entre las mismas plantas, pero no había mar ni lago; no se escuchaban las olas ni el ruido de los pelícanos. Tampoco podía sentirse la arena. Solamente oía el diálogo lloroso de un par de jóvenes que hablaban una lengua extraña. Imagino que era chontal, por lo que he escuchado de los habitantes de Huamelula. Como estaba soñando, y durante ese lapso ocurren cosas extraordinarias, acabé entendiendo lo que decían.
Por un lado estaba una bella muchacha, casi niña, derramando abundantes lágrimas mientras maldecía su suerte. De los ojos negros del varón que la acompañaba también salían gotas de agua y quejas similares. Ambos juraban quererse por toda la eternidad. “Espérame aquí, que tarde o temprano vendré a verte. Haré hasta lo imposible para encontrarme contigo de vez en cuando; no importan cuantas miles de veces la luna renazca”, dijo él. La jovencita, entre sollozos alcanzó a responder: “Juro que no me moveré de este lugar y que esperaré pacientemente el tiempo que sea necesario, sabiendo que cumplirás tu promesa”. De repente los muchachos se convirtieron en fuegos resplandecientes, y en un instante, como estrellas fugaces desaparecieron por el firmamento. A los pocos segundos, una bola de lumbre cayó detrás de las montañas, y otra a escasos metros de donde me encontraba.
Supe instantáneamente que la bella joven se había convertido en la mar que ahora estaba frente a mis ojos, y que aquel apuesto muchacho se había transformado en río a decenas de kilómetros de aquí. Entonces desperté.
Al momento de abrir los ojos comprendí que el estero temporal que estaba contemplando, era el cumplimiento de la promesa que la pareja se había hecho cientos de años atrás. Él, siendo río cuyo destino está por otros rumbos, de vez en cuanto desvía su cauce para llegar al lago por el que luego rompe la arena para encontrarse con su amada convertida en mar. Ella lo espera feliz, uniendo sus aguas con la del ser que viene de muy lejos a reiterarle su cariño.