Por Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 21/Dic/2013]
Cada mes tiene su olor en el Istmo de Tehuantepec. Marzo y/o abril huele a incienso, por la Semana Mayor. Junio huele a tierra mojada, por las primeras lluvias. Agosto huele a hierba, por el verdor en el campo debido a las copiosas tormentas. Octubre huele a cempasúchil, que ofrendamos a los muertos cuando nos visitan. Y un olor a pólvora inunda nuestros pueblos en diciembre.
Este mes es esperado con ansia por los pequeños, quienes, además de las vacaciones escolares, disfrutan de un ambiente de posadas, en que los dulces, las piñatas, los juegos y la alegría navideña están a la orden.
Los istmeños no festejamos tanto la Navidad (25 de diciembre). De hecho, para nosotros, es más importante la Noche Buena (24), en que acostamos al Niño Dios mediante las rezadoras o las pastorelas. El Año Nuevo también es motivo de magnas celebraciones.
Cuando era pequeño, los niños del Callejón de los Leones, y avenidas aledañas, salíamos de portalito, que es como llamábamos al hecho a recorrer las calles cada noche cargando un pequeño veliz o caja, que representaba el nacimiento de Jesucristo, para cantar en las casas que nos dieran posada.
Todas las noches eran de alegría, porque más de diez muchachitos nos dábamos cita para comenzar la caminata nocturna. “¿Va a querer Portalito?”, era el anuncio que uno de los nuestros hacía en los patios y puertas de los hogares juchitecos. En muchas ocasiones nos decían “para la otra”, pero cuando la respuesta era “entren”, nos poníamos felices y comenzábamos a cantar a todo pulmón. Después de algunos minutos en que, medio desentonados, habíamos terminado las rimas ―con uno de nosotros sosteniendo el portalito―, el dueño de la casa depositaba una pequeña cooperación en el modesto nacimiento, que guardábamos y contábamos al finalizar la jornada.
El rito duraba aproximadamente diez días, del 13 de diciembre al 23; y al concluir esta pequeña etapa de nuestras vidas, repartíamos lo que la gente hubiera cooperado. Entonces cada uno tendría posibilidades de adquirir los cohetes (o chiquitracas) y alguna ropa para estrenar el 31 que, cabe decir, era de las pocas ocasiones en que estrenábamos (la otra era en nuestros cumpleaños).
El portalito es una de las costumbres decembrinas que está perdiéndose. A nivel nacional son pocas las regiones donde se lleva a cabo, y en el Istmo de Tehuantepec son cada vez menos los muchachitos que salen a dar aquéllos viejos y alegres recorridos…