Gubidxa Guerrero
La planicie costera del Istmo de Tehuantepec ha sido motivo de conflicto desde el principio de los tiempos. Ya en la época precolombina se disputaron su dominio grupos de diversas etnias, entre los que destacan zoques, mixes, chontales y huaves.
Los zapotecas, según evidencia etnohistórica, dominaron Tehuantepec en el Siglo XV de nuestra era, donde consolidaron la cabeza de un poderoso señorío que dominó buena parte del sureste y que permitió el asentamiento de poblaciones binnizá durante esos años.
A finales de ese siglo los mexicas también intentaron lograr el dominio de la región, pero fueron derrotados en la llamada ‘Guerra de Guiengola’, lo que determinó el predominio zapoteca en la zona.
¿Qué atraía a tantos pueblos a la llanura istmeña? ¿Por qué numerosos señores intentaron posesionarse de la región? Dos poderosas razones se encuentras detrás de las ambiciones de las naciones prehispánicas: la posición estratégica de la zona y sus recursos naturales.
Por el Istmo de Tehuantepec cruzaban dos de los productos más deseados de la época: el jade y las plumas de quetzal. Quien controlaba Tehuantepec controlaba una de las rutas comerciales más importantes de la antigüedad. De nuestra región, además, se extraían grandes cantidades de sal y peces, así como maderas finas.
Cuando Hernán Cortés llegó al Istmo se sorprendió por la belleza de la zona y por su cercanía a los dos mares, los ahora llamados Océano Pacífico y Atlántico. Por ello decidió establecer sus dominios aquí (primero hasta la costa misma; después, al quedar reducido su marquesado por orden real, en el pueblo de Jalapa).
A lo largo de los siglos la región adquirió nueva importancia, y durante todo el Siglo XIX los pueblos originarios sostuvieron cruentas luchas por la defensa de sus recursos naturales, especialmente las salinas y los terrenos comunales. A principios del Siglo XX la región se convirtió en un importante paso de productos entre Salina Cruz y Coatzacoalcos; importancia que se redujo cuando entró en funcionamiento el Canal de Panamá.
Pero en nuestro tiempo, la llanura istmeña ha recuperado su importancia estratégica, sobre todo por los fuertes vientos, fuente de energía renovable. El destino quiso que por nuestras poblaciones pasaran fuertes ráfagas de viento durante la mayor parte de los meses, lo que la vuelve propicia para generar energía eólica. Por ello en los últimos años hemos visto llegar empresa tras empresa en pos de firmar contratos con particulares o pueblos para poder instalar altas torres que generan electricidad.
Para muchas personas con terrenos ociosos estos contratos vinieron a dar un respiro a sus maltrechos bolsillos. Otras, sin embargo, se han negado a firmarlos porque no los consideran benéficos, ya sea desde el punto de vista económico, político, o sociocultural. Lo mismo ha sucedido con algunas comunidades: mientras hay las que no han mostrado mayor resistencia, otras han dado su negativa rotunda, o cuando menos han exigido la revisión de los contratos.
Tal sucede con la comunidad huave de San Dionisio del Mar, donde un sector importante de la población se niega a la instalación de un parque eólico en sus terrenos comunales. Esto, sumado a una serie de antecedentes políticos, ha desatado un conflicto interno (con apoyos exteriores a uno u otro bando) que cada vez sube de tono. En días recientes se ha hablado de amenazas y agresiones.
Es necesario que las autoridades estatales volteen a ver esta situación y procuren ponerle remedio de la mejor manera. Todavía estamos a tiempo de evitar una tragedia. Es preciso que los comuneros cuenten con la información requerida para que tomen la decisión que más les convenga. Si la mayoría opta por la cancelación del proyecto en sus límites, su voluntad debe respetarse; tanto como si se inclina por la otra opción. Lo importante es que sea en paz y apegado a sus tradiciones.
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Texto publicado en NOTICIAS, Voz e Imagen de Oaxaca el jueves 11/Oct/2012.