Por Gubidxa Guerrero Luis
Una señora de cuarenta y tantos años se gana la vida honradamente vendiendo en un mercado público de cierta ciudad zapoteca istmeña. Ella sola ha sabido mantener a sus hijos a base de madrugar durante muchos años.
Hace algún tiempo decidió contribuir con su comunidad absorbiendo parte sustancial de los gastos de la fiesta del pueblo. Ahorró para poder comprar gallinas y un borrego para la celebración, además de pagar el grupo musical. Acudió a muchas festividades llevando no sólo cooperación monetaria (o 'limosna', como se dice), sino reja de refrescos, cartón de cervezas o bandeja con botanas para que, cuando ella fuera anfitriona, los demás correspondieran.
El día llegó. Y entre tanto gasto para una festividad alegre en la que estuviera todo el pueblo, apenas pensó en sí misma. Para su vestimenta reservó lo suficiente para un traje estampado. Ella estaba consciente de que varias de sus invitadas llevarían vistosos trajes bordados a mano. Pero dentro de sí pensó: "o atiendo a mis invitados o luzco un traje nuevo original". Eligió pensar en los demás.
Más de uno cuestionará su elección. A veces creemos que las demás personas tienen nuestros medios para adquirir las mismas cosas, las mismas alternativas o similar “gusto refinado”. Lo cierto es que la realidad económica y social de nuestros pueblos dista de ser ideal.
Yo la comprendo y admiro. Y si a esa misma señora la invitara a la fiesta de mi pueblo y le fuera negado el ingreso, me moriría de la vergüenza. Renegaría de mis paisanos por haber perdido el sentido de las fiestas comunitarias.
A veces nos olvidamos del fondo, menospreciándolo por la forma. En nuestra soberbia preferimos negar la entrada a muxe's o a gente humilde, porque no se pliegan a los requisitos de algunos anfitriones pudientes que, con esa actitud, demuestran exactamente lo contrario que una celebración pretende: hermanar, fortalecer el sentido de comunidad.
Entiendo que la elaboración de trajes regionales sea una fuente de ingresos para muchas bordadoras (mujeres y muxe's, principalmente) de distintas comunidades. Me parece plausible que se fomente su uso. Pero de eso, a negar ser partícipe de una fiesta popular a quien, por diversas razones, no tuvo los medios para adquirir un traje que cuesta miles de pesos, es lo que no comprendo. Considero que deben existir excepciones.
Tehuantepec perdió mucho de su esplendor cuando las élites económicas (a veces foráneas) empezaron a discriminar a las personas de barrios humildes como Santa Cruz Tagolaba o Guidxibere. San Blas Atempa, en cambio, ha mantenido buena parte de su espíritu comunitario porque, a pesar de que bailan sones y se engalanan con joyas y trajes costosísimos, saben cuándo mostrarse flexibles. Han preferido anteponer el fondo a la forma.
Tenemos dos caminos que nos muestran estos pueblos hermanos. Desafortunadamente, Juchitán se está inclinando por Tehuantepec.
No me considero un experto ni poseo algún tipo de autoridad moral. Pero en casa aprendí de mi madre a ser comprensivo y de mis familiares a ser solidario. Prefiero una fiesta sencilla, sin tanto derroche, donde se cuele algún traje estampado, pero con hermanamiento auténtico, que una "grandiosa y renombrada Vela" que sirva de pasarela de políticos, donde pocos se conozcan y haya chismes y envidias.
Dedicado a Na Lucha Morales Toledo,
mujer zapoteca trabajadora y amiga.
Orgullosamente xuaqui.
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Texto publicado en Enfoque Diario el miércoles 24 de mayo de 2017.