Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 02/Nov/2013]
Como es natural en nuestra especie, las viejas generaciones van abriendo paso a las nuevas, en un ciclo que se repite incesantemente. Los zapotecas, desde inmemorial tiempo, honramos a nuestros muertos.
Hace miles años, los restos de quienes se marchaban eran depositados en los patios de las casas, tal como confirma la evidencia arqueológica. Quizá por esta razón, entre los zapotecas, se tenga la costumbre de esperar a los difuntos en el hogar, en lugar de irlos a ver al camposanto.
La muerte ha sido trascendental para los binnizá. No es la finitud de la vida, sino apenas el paso a una existencia lejana. Los difuntos se encuentran en otra parte, pero ahí están.
Desde tiempos prehispánicos los zapotecas daban mucha importancia al lugar de descanso. Innumerables tumbas con decorados en relieve y pintura roja y azul, dan fe de ello. No existe asentamiento precolombino en que no se haya encontrado sepultura: las hubo en pirámides y templos, en las plazas públicas. Las mejores conservadas son, por supuesto, las de las clases gobernantes y sacerdotes.
Juchitán, lugar de flores, la ciudad zapoteca más poblada en la actualidad, guarda testimonios de antiguos sitios sagrados donde reposan sus antiguos habitantes.
Quien camine por los senderos que van hacia la Mar del Sur hallará restos inconfundibles de sepulturas centenarias. Estos lugares sirvieron de refugio temporal para muchas familias durante los tiempos de rebelión; asimismo se utilizaron como morada perpetua para quienes no sobrevivieron a las batallas.
En Santa Cruz, Paso Cruz se hallan algunas tumbas que se distinguen a la distancia. Pequeños montículos de forma triangular; testigos mudos del transitar pausado de las carretas que todavía se dirigen a buscar el sustento cotidiano.
Más cercano a Playa San Vicente se pueden ver pequeñas construcciones a manera de capilla, que no son sino lugares donde reposan algunos cuerpos. El lugar es conocido como Santa Cruz 12 de mayo. Las construcciones de más de cien años de antigüedad se levantan cual habitaciones. Sus techos son de tipo piramidal, como en tiempos prehispánicos.
Lo que tienen en común, es que se hallan en un espacio considerado santo, pues a la llegada de los españoles, los sitios sacros fueron identificados mediante una cruz; de tal manera, que muchos manantiales y montículos donde se rendía culto a una divinidad prehispánica, pasaron a ser casas de cruces a las que se siguió venerando. Por ello, de vez en cuando nos topamos con pequeñas capillas que resguardan la fe de los visitantes, o como en los casos antedichos, se consideran dignas de guardar sus cuerpos inertes.
Cerca del área urbana, a un costado del Río de las Nutrias, se alza por varios metros una antigua capilla hoy abandonada; templo cuyo techo se vino abajo por el transcurrir del tiempo y la indiferencia de los hombres. En el sitio también podemos ver tumbas, que al igual que las que se hallan monte adentro, son prueba de la manera en la que se enterraba a los juchitecos hace cuatro o cinco generaciones.
La torre que sirvió como campanario, nos habla de su antigüedad. También lo hacen los arcos que sirven de entrada a los sepulcros. El sol que pasa por los techos derruidos de la capilla y las tumbas, alumbra la tierra donde reposan antiguas familias. Las laboriosas mujeres transitan por su costado cuando se dirigen al mercado a ofrecer los totopos y demás productos del campo.
Lo que muy pocos sospechan, es que a pocas cuadras del centro de la ciudad de Juchitán, existió un viejo cementerio que contuvo miles de sepulturas, y hasta fosas comunes de las diversas epidemias que padeció el pueblo. El lugar es conocido como Panteón Viejo, y se encuentra en el corazón de una manzana de viviendas en el callejón del mismo nombre, en la Av. Ignacio Allende, entre las calles Libertad y Constitución, en la Sexta Sección.
Los límites del antiguo camposanto sobrepasan en mucho el actual patio de la capilla. Ya que en su parte posterior llega hasta el callejón Allende, y en su parte frontal hasta la escuela del mismo nombre.
La calle constitución, por donde diariamente transitan cientos de vehículos, parte en dos al Panteón Viejo. Y aunque mucha gente lo ignora, la notoria elevación de una cuadra de trayecto se debe a las cientos de sepulturas que todavía contienen esqueletos.
Lo más sorprendente son los vestigios que podemos observar a plena vista, tanto en los callejones como en los patios de las casas: pequeñas filas de tabiques que cubren a las antiguas tumbas. Ladrillos que muchas veces han sido reutilizados pero que se niegan a desaparecer. Todavía puede encontrarse alguna lápida esculpida en piedra.
Lo que ahora queda del Panteón Viejo se reconoce por un arco que proviene de tiempos de la colonia. Conserva parte del patio y la capilla. Pero el cementerio que llegó a ser de dimensiones considerables y que dejó de utilizarse hace más de cien años apenas se distingue.
Este lugar es uno de los sitios que los juchitecos y zapotecas debemos conocer, por formar parte de nuestro patrimonio histórico y arquitectónico.
Nuestras ciudades y pueblos no son únicamente las construcciones que habitamos los vivos, sino toda la historia que está pintada en las edificaciones antiguas. Hagamos algo por su conservación.