Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el lunes 28/Oct/2013]
Ciertos caciques tienen en los llamados “colonos” una fuerza innegable. Éstos, junto con los mototaxistas, constituyen la punta de lanza de quienes desean incursionar en uno de los negocios más rentables en Juchitán: la politiquería.
Todo trabajador tiene derecho a la vivienda. Pero manipulando esta prerrogativa se está formando en la región istmeña un monstruo de cien cabezas.
En diferentes municipios istmeños nacen “colonias populares” como frutos de un gran árbol. No hay ciudad donde no se realice la ocupación de tierras de cultivo para ampliar en ellas la mancha urbana. Aunque la fundación de algunas colonias se deba, a veces, a un crecimiento natural de la población, en la mayoría de las ocasiones son otras causas las que propician dichas ocupaciones, destacándose el móvil político.
Para muchos dirigentes se ha vuelto común comprar o invadir un terreno para fraccionarlo en lotes habitacionales que serán su principal herramienta política. El poder de convocatoria cada vez depende menos de las propuestas de trabajo o de la autoridad moral de los líderes, que del número de colonias que controle.
Como antiguos señores feudales, un dirigente puede saber perfectamente el número de sus vasallos, dependiendo de la cantidad de lotes que logre distribuir. Negocio rentable, ya que a largo plazo lo que se consiguen con, digamos, 300 individuos es mucho más que lo que esos pequeños lotes pudieran valer.
Hasta ahí el análisis del asunto podría provocar desencanto con la clase política que se aprovecha de las aspiraciones de muchas personas. Sin embargo, existe un problema todavía peor a futuro: el número de lotes habitaciones supera considerablemente la cantidad de familias en Juchitán. Es decir, en estos momentos, hay un exceso de terrenos para construcción, debido al abuso de esta práctica por parte de los jefes partidistas.
Y la responsabilidad no sólo recae en los líderes. Los ciudadanos que accedemos a sus manipulaciones también tenemos culpa, pues muchas de las personas que acuden como “acarreados” a los mítines políticos y otros actos proselitistas, ni siquiera necesitan una vivienda, sino que son personas que teniendo un techo, desean “adquirir” nuevos lotes para “heredar” a sus hijos. Cualquier pretexto es bueno.
Lo cierto es que sin percatarse, muchas familias van poseyendo dos, tres, o cuatro terrenitos en diferentes asentamientos; y llegará el momento en que no sabrán qué hacer con ellos; pues ni se cuenta con el recurso para construir una casa digna, ni se tiene la necesidad de tal vivienda. Entonces, optarán por la solución más obvia: vender.
Y aquí viene el grave problema. ¿Quiénes son los potenciales compradores? Quizás existan algunos juchitecos o istmeños entre los que deseen comprar uno de estos terrenos, pero lo cierto es que la mayoría de los compradores serán personas llegadas de otras regiones o Estados.
En la actualidad hay un exceso de lotes que no pueden ser habitados por nuestros paisanos, pues las leyes de la naturaleza son sabias. Y al paso que vamos, lo más probable es que esto propicie un crecimiento desordenado de la población, sin servicios de calidad y con muchos más agravantes. A este escenario nos arrastra nuestra clase política. ¡Cuidado!