Enrique Peña Nieto, durante la presentación de su Reforma Hacendaria |
Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el miércoles 11/Sep/2013]
Uno de los enfrentamientos más esperados del año era el que se daría entre Enrique Peña Nieto, Presidente de la República, y Andrés Manuel López Obrador, dos veces candidato presidencial y uno de los líderes más notorios de la izquierda mexicana.
La fecha estaba dada: septiembre, el mes patrio. El lugar también: todas las plazas del país. Hasta la razón del diferendo se adivinaba: sería para combatir el gravamen a los alimentos y las medicinas.
¿Qué pasó? ¿Por qué no vemos a los feroces críticos del gobierno en turno agitando banderas populares? Sencillamente porque la Reforma Hacendaria que presentó el titular del Ejecutivo no contempla el alza a dichos productos.
Con habilidad, el equipo de Peña Nieto retiró de la iniciativa la intentona neoliberal de gravar con 16% del Impuesto al Valor Agregado (IVA) las mercancías de consumo básicos.
Hay dos razones: una social y otra política. La social es a todas luces evidente, pues más del 70% de los mexicanos destina casi la mitad de sus ingresos a alimentos. Imponerles un tributo en ese rubro significaría perjudicarlos directamente. La política, en cambio, obedece a razones estratégicas, ya que se buscaba, sencillamente, “desarmar” a los opositores a esta medida.
Una de las intenciones más impopulares en nuestro país ha sido poner IVA a los frijoles, los huevos y los tomates. Ni Felipe Calderón logró que ello fuera posible. Sin embargo, muchos analistas pensaron que Enrique Peña Nieto lograría que el Congreso aprobara una iniciativa que incluyera tal medida.
Pero el Presidente resultó menos tonto de lo que algunos piensan. En lugar de gravar los víveres, decidió imponer a las empresas refresqueras una carga tributaria, a razón de un peso por cada litro (ello, con el fin de desalentar su consumo). También decidió que las colegiaturas ya no sean deducibles de impuestos, ya que ello vulnera el espíritu de una educación pública. Las familias pudientes podían enviar a sus hijos a los mejores colegios del país, sin que les costara un solo centavo, simplemente porque su costo lo deducirían de lo que le pagan a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP). No obstante, es una medida que seguramente encontrará resistencias, porque con lo mal que está la educación pública, muchos padres de familia que no reportan al fisco (por tener ingresos bajos), pero que hacen un esfuerzo por enviar a sus hijos a escuelas particulares, también se verán afectados.
La política es un tanto paradójica: en el DF, AMLO quiso quitarse el estigma de “populista” construyendo una vialidad multimillonaria para vehículos particulares (a diferencia de Marcelo Ebrard, que privilegió el transporte público); y en el país, Peña Nieto se ha querido sacudir del mote de guardián de los privilegiados promoviendo una Reforma Hacendaría que toca a la clase media-alta (ésa que dice representar el PAN).
Qué bueno que no habrá IVA en alimentos y medicinas; qué bueno que algunos consentidos del sistema serán tocados. Pero no es una Reforma acabada. Hay muchos pros y contras que seguramente irán discutiéndose en el Congreso.