Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el miércoles 05/Jun/2013]
“Nadie respeta las leyes”, “todos hacen lo que les viene en gana”, “no hay solución”. Es muy frecuente escuchar frases de este tipo en cualquier municipio istmeño.
Invasiones, mototaxis, inseguridad, comercio informal… son problemas que han alcanzado proporciones alarmantes. Y mientras la sana convivencia se va al caño, todos creemos estar exentos de los males de que nos quejamos.
Lo cierto es que, en alguna medida, todos somos cómplices de estos trastornos y, muchas veces, sus mismos ejecutores.
Pero ¿cómo podemos exigir el cumplimiento de la ley, cuando no hay autoridad que se respete? Cuando un policía estatal, o agente de tránsito, detiene a un conductor particular, éste no tendrá el más mínimo empacho de mandarlo al carajo diciéndole: “no quieras hacerme lo que no te atreves a hacerle a los cientos de vehículos de transporte público que circulan en tus narices sin permiso”.
Y es que con la autoridad gubernamental pasa como con los padres: cuando tratan de forma desigual a los hijos, alientan la desobediencia. Un muchacho con buenas calificaciones que continuamente sea castigado, mientras el hermano con promedio bajo obtiene permisos al por mayor, forzosamente reclamará. Después, cuando continúe viendo que al infractor se le premia y a él se le castiga, simplemente le importará poco actuar con el mismo cinismo que aquél.
Así sucede en nuestras ciudades. La sociedad se cansó de esperar que el gobierno pusiera orden. Las autoridades estatales y municipales preferían “negociar” el bienestar común, con tal de no enemistarse con los aliados políticos. Cuando muchos vieron que la impunidad era posible, algunos más se fueron sumando a las filas de quienes hacen su santa voluntad.
El colmo vino cuando se quiso aplicar a los particulares las sanciones que jamás se ejecutaron en los políticos y/o militantes de variados grupos de presión. La sociedad reculó.
Hoy en día no hay autoridad que se respete, lo que hace que vivamos como en una jungla, donde impera la ley del más fuerte.
Sin embargo, no todo está perdido. Todavía estamos a tiempo de recuperar la convivencia. Se trata de que quienes se erijan en gobierno, apliquen a los suyos las normas que después quieran emplear con el resto de la sociedad. Porque sólo cuando veamos que la autoridad se comporta con imparcialidad, podrán investirse de credibilidad. Bien lo dice el dicho: “el buen juez por su casa empieza”. ¿Alguno se atreverá? Ya veremos.