Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el sábado 22/Jun/2013]
A lo largo de varios meses, hemos ido difundiendo parte de la historia de nuestra región. Sin embargo, levanta cierta confusión el hecho de que de vez en cuando se denomine “Istmo de Tehuantepec” a toda el área comprendida del sur de Veracruz hasta las costas de Salina Cruz. Por ello, hoy me daré a la tarea de aclarar los dos sentidos en que entendemos esa palabra: el geográfico, y el histórico.
Si bien, el término Istmo tiene una denotación meramente geográfica ―“lengua de tierra que une dos continentes”, es decir: la parte más estrecha entre dos mares―; cuando hablamos del “Istmo de Tehuantepec”, no nos imaginamos toda el área comprendida entre el Golfo de México y el Océano Pacífico, que va de Coatzacoalcos a Salina Cruz. El término, con el paso del tiempo, ha adquirido otra connotación.
A lo largo de los años, gobiernos y personajes se han referido a los zapotecas de la región como istmeños. En los mismos documentos encontramos una situación similar. Las diferentes autoridades estatales designaron muchas veces al Departamento de Tehuantepec como “el Istmo”, aunque buena parte de su territorio no debería designarse de esa manera, pues comprendía sierras y otras zonas no estrechas.
El Istmo es, histórica y culturalmente hablando, el territorio llano y relativamente pequeño situado al suroeste del Estado de Oaxaca (además del municipio de Jalapa del Marqués). Es una planicie costera. Decenas de poblaciones habitan sus terrenos áridos azotados por fuertes vientos. Hoy en día cuenta con más de seis ciudades que sobrepasan los veinte mil habitantes; tres de las cuales casi alcanzan los cien mil. La llanura tiene una altura promedio de 30 metros sobre el nivel del mar, cuenta con un clima cálido, una temperatura media de 27° ―de las más elevadas en el Estado― y una temporada de lluvias que va de mayo a septiembre.
Ya desde la época prehispánica esta región constituyó un paso clave para las expediciones mexicas al Soconusco; y se tienen noticias del conflicto bélico que enfrentó a finales del Siglo XV a los mixtecas y zapotecas contra la Triple Alianza, en la que resultaron derrotados estos últimos. La ambición por el control de esta región estratégica motivó la “guerra de Guiengola”, con la que los zapotecas consiguieron apoderarse definitivamente del área.
Durante el periodo precortesiano y el novohispano, el principal asentamiento en la zona fue la ciudad de Tehuantepec. Antes de la llegada de los españoles su población excedía los veinte mil habitantes, pero en el Siglo XVI, debido a las epidemias, la ciudad perdió aproximadamente el 90% de sus pobladores. Para mediados del Siglo XIX, la antigua Villa de Guadalcazar ―Tehuantepec― contaba con más de trece mil almas repartidas en sus quince barrios.
La ciudad se ubica entre unos pequeños cerros, siendo el principal y del que toma su nombre, Dani Beedxe’ o Cerro del Jaguar. Un gran río parte la ciudad en dos. De él se extraían grandes cantidades de peces y camarones, y hoy nutre a la Presa Benito Juárez, en Jalapa del Marqués, que a su vez riega los campos agrícolas de la región.
Juchitán, poblado menor durante la época prehispánica y la Colonia, alcanzó durante el siglo XIX los ocho mil habitantes. Situada al este de Tehuantepec, continuamente padece de inundaciones por la crecida del “Río de los Perros” o Guiigu’ Bi’cunisa (que en lengua zapoteca significa “Río de las Nutrias” o de manera más literal “río de los perros de agua”). También soporta las inclemencias del clima, pues, aunado a lo anterior, la ciudad es continuamente castigada por el viento del norte.
Los principales asentamientos de origen zapoteca alrededor de las dos comunidades anteriores, son: San Blas Atempa (antiguo barrio de Tehuantepec), Jalapa del Marqués, Huilotepec, Salina Cruz, Mixtequilla, Comitancillo, Tlacotepec, Chihuitán, Laollaga, Ixtepec (antes, San Jerónimo), Ixtaltepec, El Espinal, Xadani, Unión Hidalgo e Ixhuatán.
Espesos bosques poblaban esta región hace ciento cincuenta años. El cedro americano, la caoba y el palo de brasil constituían una materia prima codiciada por los aserraderos que la explotaron hasta deforestar casi por completo la zona. Hoy en día, gran parte de la tierra es utilizada para ganadería, y esta situación en nada mejora las expectativas para su recuperación. Durante la época de lluvias los caminos se hacían intransitables y las enfermedades abundaban. Los pantanos obligaban, asimismo, a que se tuviera que hacer un gran rodeo para viajar de un pueblo a otro.
Alrededor de la superficie costera se encontraban, además, varias de las minas de sal más importantes del Estado, que mucho contribuyeron a la bonanza comercial de la región. También estaban las haciendas que el conquistador Hernán Cortés hubiera solicitado para sí. Llamadas “Marquesanas” en su honor ―recordemos que Cortés obtuvo el título de Marqués del Valle de Oaxaca en el año de 1529―, abarcaban grandes extensiones de tierra para ganado, cuyo dominio también se atribuían algunas poblaciones.
La región que históricamente conocemos como Istmo de Tehuantepec es, pues, muy pequeña, sin embargo se reconoce como una de las más significativas de México; ya que con sus pocos habitantes y escaso territorio, es mundialmente famosa.
Un dicho afirma que sólo se puede luchar por aquello que se quiere, se quiere lo que se respeta, y se respeta lo que por lo menos se conoce. Conozcamos, paisanos, nuestra tierra, para que sepamos valorarla y estemos dispuestos a dar todo por ella. Para sacarla del atraso y el abandono en que la han dejado los malos políticos; para hacerla nuevamente floreciente, con campos sembrados, convirtiéndola en el granero del sureste, y en un foco de desarrollo para nuestros pueblos.