[Texto publicado en Enfoque Diario el lunes 17/Jun/2013]
La tarde del Martes Santo 26 de marzo de 2013 Juchitán vivió un episodio lamentable en su historia reciente. Más de un centenar de policías estatales intentaron efectuar un desalojo en la Séptima Sección de Juchitán, rumbo al camino que conduce a Playa San Vicente.
Los manifestantes mantenían un retén desde finales de febrero, con el que impedían el paso de vehículos pertenecientes a las empresas subcontratadas por las eólicas, así como el de camiones de la Agencia Modelo del Istmo. La presión de algunos sectores dio el pretexto perfecto al Gobierno del Estado para que intentara un desalojo que dejó un saldo de decenas de uniformados y civiles heridos, algunos de gravedad.
Una mujer policía fue detenida por los pobladores, quienes afirmaban que no la liberarían. La Secretaría de Gobierno estaba pensando en montar un operativo de rescate que, de haberse realizado, habría sido de funestas consecuencias, puesto que los vecinos de la Séptima no permitirían un nuevo intento de desalojo.
Entre la incertidumbre del momento, cuando ningún líder político era escuchado, porque hacía mucho que los habían rebasado, las partes encontraron un magnífico intermediario: Martín Eduardo Martínez García, Presbítero de la Parroquia del Señor de Esquipulas, quien con el apoyo de algunos integrantes del Comité Melendre, logró fungir como mediador en un momento crítico.
Gracias a los buenos oficios del Padre Martín la situación se calmó. La mujer policía pudo ser entregada sana y salva, a cambio de que el Coordinador de la Secretaría General de Gobierno en el Istmo, Rodrigo Velázquez, asumiera ciertos compromisos públicos, como que no habría represalias contra ningún miembro de la Asamblea del Pueblo Juchiteco (APJ) por los hechos acaecidos ese día.
Con anterioridad el Padre Martín había jugado roles importantes en asuntos del fuero común, cuando con muchísimo tacto había conseguido dialogar con grupos que asolaban la zona. El diálogo ha sido su principal arma en su acompañamiento de los más humildes.
En mayo volvieron a vivirse hechos violentos en Juchitán, pero esta vez en la parte norte de la ciudad. Hubo casi veinte detenidos y mucha preocupación entre la clase política. Nuevamente, en momentos en que no parecía haber voz alguna que fuera escuchada, el Padre Martín fue requerido por los familiares de los presos para su intercesión.
Gracias a personas como el Presbítero del Señor de Esquipulas la situación no ha estallado. Desafortunadamente en cuestión de días será movido a otra ciudad, en una serie de ajustes que está haciendo el Obispado a nivel regional.
La Iglesia Católica tiene sus reglas y los sacerdotes saben obedecer. Sin embargo, Juchitán perderá un interlocutor fundamental en un momento delicado. Ojalá quienes toman las decisiones estén conscientes de lo debilitada que dejarán a la sociedad juchiteca con el cambio del Padre Martín.
Es paradójico que cuando en la ciudad de las flores urgen personas comprometidas con la paz, se traslade a uno de sus principales defensores a otra población.