Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el domingo 16/Jun/2013]
Nuestra sociedad está en crisis. En ninguna parte parece existir orden. Casi toda la clase política está corrompida, y no da muestras de mejora inmediata. Cientos de millones de pesos destinados a los servicios públicos se quedan en los bolsillos de unos cuantos. El cinismo es la norma. El sentido elemental del decoro, y la vergüenza, han dejado lugar al desparpajo.
Sin embargo, lo más terrible no se encuentra en los partidos políticos o en las élites gobernantes. Lo verdaderamente peligroso está ocurriendo en nuestros hogares y en las calles. Desde hace algunos años, nuestros pueblos están siendo socavados por males mucho peores que los políticos ineptos. Son los vicios, tolerados y hasta fomentados, los que afectan el corazón de nuestras sociedades, y de los que ningún político quiere hablar. Es la pérdida de valores humanos lo que abre camino a que los niños mimados de hoy sean los déspotas del mañana.
¿Qué hay del alcoholismo? Por sí solo, este mal corroe todo el tejido social: propicia violencia intrafamiliar, accidentes, delitos, deterioro de la economía doméstica. En la inmensa mayoría de los accidentes de tránsito, los responsables iban alcoholizados; lo mismo sucede en los casos de agresiones a la pareja. Y dicho mal no sólo es tolerado, sino alentado abiertamente mediante hábiles estrategias publicitarias que pretenden hacernos creer que emborracharse es “lo tradicional”.
¿Qué diremos de la diabetes? Una enorme cantidad de paisanos padecen esta enfermedad debido a los malos hábitos alimenticios y al sedentarismo. Antiguamente, las personas ingerían altas cantidades de grasa, mismas que gastaban con las jornadas agotadoras bajo el sol. Ahora, cada vez son más raras las personas que caminan.
¿Y los adolescentes y jóvenes? Son miles los que han perdido el sentido elemental del respeto y de la responsabilidad, pues con el ejemplo que reciben del entorno, no podemos esperar otra cosa.
Y así podríamos ir enumerando otros males que nos agobian, y de los que poco se habla o se denuncia. Pero la cultura nos puede salvar. Las auténticas tradiciones, y no los vicios disfrazados de tales, nos muestran el camino. La honorabilidad, el respeto, la ayuda mutua, la honradez, y demás valores transmitidos a través de muchas generaciones son nuestro baluarte.
Lo propio no debe ser sinónimo de obsoleto. Más bien debe servir como el cimiento sobre el que hay que construir un mejor presente para proyectar un próspero futuro. Es cuestión de saber ir con tiento, con respeto y humildad.