Gubidxa Guerrero
Finalizó la visita oficial de un Jefe de Estado a nuestro país. Terminó, con saldo blanco, la llegada del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, el Papa Benedicto XVI, a tierras mexicanas. Con un vuelo hacia la hermana República de Cuba, concluyó la primera visita del hombre más importante de la jerarquía eclesiástica.
“México, siempre fiel” es la frase que nos remite a las cinco visitas del anterior Obispo de Roma, Juan Pablo II, siempre cargadas de un furor popular pocas veces visto. En esta ocasión, sin embargo, la llegada de su sucesor estuvo enrarecida. Tal vez por la imagen de dureza que tiene el actual pontífice, quizá por el contexto social y político que nos está tocando vivir.
Hay quienes afirman que Benedicto XVI llegó únicamente para apuntalar a cierta aspirante a la Presidencia de México, como si Su Santidad estuviera dispuesto a emprender la travesía por el Océano Pacífico solamente para “influir” en los comicios de nuestro país.
Indudablemente que existen razones de peso detrás de esta visita oficial, algunas de las cuales son de índole geopolítico (tomemos muy en cuenta al vecino comunista) y otras de carácter meramente pastoral. Tanto México como Cuba viven procesos peculiares. Nuestro país es uno de los tres con más feligreses católicos en el mundo, mientras que la mayor de las Antillas es uno de los que menos tiene. En México gobierna un régimen heredero del conservadurismo, mientras que en Cuba manda un aparato de ideología socialista.
Es importante notar cómo los principales actores políticos buscaron acomodarse en los reflectores que la ocasión presentaba. Ninguno de los tres candidatos presidenciales punteros se negó a asistir a la misa que ofició el Papa, y todos los poderes del Estado Mexicano dieron muestras, tal vez excesivas, de respeto al distinguido visitante.
Lo que aconteció en días pasados, bien puede integrarse a la lista de acontecimientos notables del presente sexenio, marcado por la muerte de sesenta mil personas y el dolor de sus familias, víctimas de la violencia que asola las calles de nuestros pueblos y ciudades. El mensaje de amor, fe y esperanza que trajo el sucesor de Pedro va más allá de su credo religioso y bien podría suscribirlo cualquier integrante de otra confesión.
Quedan cuentas pendientes e incómodas, como la que atañe a los casos de pederastia. Pero recordemos que el Cardenal Ratzinger, hoy convertido en Benedicto XVI, fue uno de los principales impulsores de la denuncia contra los casos de abuso perpetrados por los ministros del culto. Quizá su prestigio de teólogo inflexible nos dificulte ver en él a un amoroso pastor. Cada Papa para su tiempo. Y el tiempo de Benedicto requiere de una gran habilidad del pensamiento…
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Texto publicado en NOTICIAS, Voz e Imagen de Oaxaca el jueves 29/Mar/2012.