Gubidxa Guerrero
Para mi hermano Elvis Valdivieso
[Texto publicado en Enfoque Diario el domingo 13/Oct/2013]
Goyo sale todas las mañanas con su abuela. Camina del Barrio de los Pescadores al centro del pueblo cargando el bolso en que la matrona de la casa depositará los bastimentos del día.
Cuando no va a la escuela, sirve de bastón a la anciana, a quien faltan pocos meses para cumplir 84 primaveras. Quien la viera, pensaría que tiene quince o veinte años menos. Pero es que, como ella siempre repite, está hecha de madera de antes, fuerte y resistente como los árboles de caoba que antaño habitaban los bosques cercanos.
El pequeño, a quien sus padres pusieron Gregorio, en honor al abuelo, disfruta los recorridos con ella, porque mientras camina los callejones centenarios ―entre saludos de la gente, charcos y ladridos de perros― va imaginando cosas.
El árbol hueco que se encuentra a dos cuadras de su hogar es, en la mente del chamaco, la casa de algún curandero. El edificio grande, con las paredes agrietadas, que mira cuando se aproximan al mercado, se vuelve en su imaginación un viejo cuartel militar. Pero lo mejor de todo, la escena que más disfruta ver, son las hormigas de la calle Libertad.
Cada que él y su abuela atraviesan esta importante vialidad de Juchitán, Goyito comienza a mirar con otros ojos su entorno. Imagina cientos de hormigas rojas atravesando un caminito terroso, una tras otra, como vagones del ferrocarril. Sólo que las hormigas son los mototaxis, y el caminito es esta calle de cemento bastante transitada.
A veces, cuando la abuela lleva prisa o sus pies amanecen sin fuerzas, ella y su nieto abordan uno de estos pequeños vehículos, y entonces Gregorio se vuelve el ser más dichoso, sabiendo que comienza la aventura trepado en una de las cientos de hormigas mecánicas.