Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el jueves 26/Sep/2013]
Pobre naturaleza; es el mejor chivo expiatorio de los malos gobiernos. Si mañana hubiera un deceso durante un deslave, la montaña tendría la culpa; si un río se llevara las casas construidas irregularmente en sus orillas, el afluente los habría ahogado; si un huracán arrasara colonias enteras y centros comerciales, ¡maldito ciclón!
En México tenemos la costumbre de culpar a los demás de nuestras negligencias. Es como si el médico acusara a los instrumentos quirúrgicos por una operación mal realizada, o un futbolista culpara al balón por no anotar los goles que su afición espera.
Si en nuestro país ocurren decenas de pérdidas humanas se debe, principalmente, a la ineptitud de los funcionarios. Las muertes por fenómenos naturales son directamente proporcionales al descuido de las autoridades de protección civil.
En todo el mundo llueve y tiembla, pero no todos los gobiernos tienen un sistema tan ineficaz como el nuestro, incapaz de prever y movilizar todos los recursos del Estado para anticiparse a un desastre o para aminorar sus daños una vez ocurrido.
A los malos gobiernos no les queda otra opción que hacerse los sentimentales para apelar al “buen corazón” de los mexicanos y a la valentía de los titulares de las principales dependencias.
Ver a un gobernador con el agua a la cintura hace que muchos se olviden de que ese mismo personaje pudo haber contribuido a evitar la tragedia. Ver al Presidente de la Repúblico recorriendo calles enlodadas hace que nos dé amnesia, olvidando que mientras él preparaba el ‘grito’ del 15, muchos daban suficientes señales de alarma que fueron pasadas por alto.
Hay países más pobres que el nuestro, como Cuba, donde su gobierno ―independientemente de la simpatía o antipatía que nos provoque― hace lo necesario para evitar una tragedia, llegando a evacuar a casi el 10% de su población total. Es como si el gobierno mexicano fuera capaz de tener un plan de contingencia para trasladar a 12 millones de personas para ponerlas a salvo.
Para colmo, aunado a lo anterior, la solidaridad de millones de personas nobles no llega, otra vez por la irresponsabilidad de unos cuantos. Hoy sabemos que varios gobiernos están etiquetando como propia la ayuda humanitaria que instituciones y personas han mandado a los damnificados. O ―como nos tocó ver hace algunos años aquí en el Istmo― están guardando miles de despensas para una futura contienda electoral.
Sabremos que nuestro gobierno está mejorando, cuando haya una mejor forma de enfrentar las contingencias que periódicamente suceden en el planeta tan lastimado en que vivimos. Sabremos que tenemos un gobierno y una sociedad más responsable, cuando dejemos de echarle la culpa a la naturaleza…