Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el miércoles 05/Abr/2017]
Hace doce años, buena parte de las élites mexicanas del poder, tan dispares y con intereses aparentemente encontrados, lograron un consenso: habría que impedir la llegada a la Presidencia de la República del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador, en ese entonces Jefe de Gobierno de la capital del país.
La prueba de que no todos los políticos son iguales —aunque, efectivamente, los partidos cada vez se asemejen más por su desvergüenza— es que a ciertos potentados no les cayó bien el alza de López Obrador en las encuestas. No tenía relación sobresaliente con casi ninguno de los grandes empresarios mexicanos, salvo con Carlos Slim, el más rico de todos.
Entonces orquestaron una burda maniobra para frenarlo: quitarle el fuero que por Ley tenía, al ser gobernante de la ciudad más importante de México, para que al seguirle un proceso judicial estuviera imposibilitado legalmente para ser candidato de las izquierdas.
Vicente Fox era titular del Ejecutivo y dio el visto bueno. Pero los verdaderos cerebros de la operación fueron Diego Fernández de Cevallos y el expresidente Carlos Salinas de Gortari. De este modo, según ellos, se impediría correr el riesgo de tener a AMLO en la boleta electoral.
La movilización en todo el país, pero principalmente en la Ciudad de México, fue crucial para impedir que, aunque desaforado, el tabasqueño no fuera procesado. Y Andrés Manuel no sólo evitó que la Procuraduría General de la República (PGR) lo encarcelara, sino que salió fortalecido de cara a la opinión pública. En 2005, por tanto, no descarrilaron al ‘Peje’.
La derrota del Partido de la Revolución Democrática (PRD), instituto político del que fue candidato presidencial Obrador, ocurrió en las elecciones federales de 2006, ante el panista Felipe Calderón Hinojosa.
Millones de voces corearon “¡fraude!”, y nuevamente llegó la movilización popular, que en esta ocasión no bastó para que los tribunales reconocieran el triunfo del panista, por menos de un punto porcentual.
Muchos creyeron que la carrera política del tabasqueño estaba enterrada, pero se equivocaron. En efecto, López Obrador disminuyó en popularidad, sobre todo por el famoso plantón en Paseo de la Reforma, la vialidad más importante de nuestro país. Además, un nuevo personaje acaparó la atención y simpatías de muchos ciudadanos: Marcelo Ebrard, que se desempeñó con gran tino al frente del Distrito Federal.
Pero, viejo lobo como es, Andrés Manuel obtuvo nuevamente la candidatura presidencial y apareció en la boleta electoral del año 2012, frente a Josefina Vásquez Mota, del PAN, y Enrique Peña Nieto del PRI. Quedó a pocos puntos porcentuales de este último, quien se desempeña como mandatario desde finales de ese año.
Pero ante el desencanto provocado por los dos recientes presidentes mexicanos, el electorado parece volcarse al ahora líder de Morena.
Millones de jóvenes que votarán por primera vez en 2018, que quizás no recuerdan el buen desempeño de AMLO al frente de la Ciudad de México, ni sus antecedentes en la lucha social en su natal Tabasco, han decidido sufragar por López Obrador.
Ahora que el Peje vuelve a estar al frente en todas las encuestas, como en 2006, sería pertinente que recordara que uno de los factores cruciales en su derrota de aquel año fue el exceso de confianza; ya que, en lugar de contrarrestar la campaña del miedo que llevó a Calderón a la presidencia, optó por cerrar ojos y oídos.
Concediendo que hubiese irregularidades durante la jornada electoral y el posterior conteo de votos, debemos tener presente que esa vez cayó veinte puntos en las encuestas. Es decir, le lograron hacer fraude debido a que su victoria había sido por muy pequeño margen, ante lo cual se pudieron alterar los resultados. Con un triunfo holgado, eso habría sido imposible.
Desde 2016 los viejos enemigos del tabasqueño se han vuelto a poner de acuerdo acerca de la necesidad de frenar su llegada a Los Pinos en 2018. Pero esta vez existe un escenario completamente distinto, porque los cien mil ejecutados en tiempos de Felipe Calderón, y el pobre desempeño de Enrique Peña Nieto, han decepcionado a millones.
No todos estarán dispuestos a ser presas nuevamente de una campaña de miedo. Veremos qué estrategias utilizarán los adversarios políticos de Obrador para frenarlo. Por el bien de la democracia, más vale que sean apegadas a derecho. De otra manera, México quizás no resista un previsible estallido social.
Millones de jóvenes que votarán por primera vez en 2018, que quizás no recuerdan el buen desempeño de AMLO al frente de la Ciudad de México, ni sus antecedentes en la lucha social en su natal Tabasco, han decidido sufragar por López Obrador.
Ahora que el Peje vuelve a estar al frente en todas las encuestas, como en 2006, sería pertinente que recordara que uno de los factores cruciales en su derrota de aquel año fue el exceso de confianza; ya que, en lugar de contrarrestar la campaña del miedo que llevó a Calderón a la presidencia, optó por cerrar ojos y oídos.
Concediendo que hubiese irregularidades durante la jornada electoral y el posterior conteo de votos, debemos tener presente que esa vez cayó veinte puntos en las encuestas. Es decir, le lograron hacer fraude debido a que su victoria había sido por muy pequeño margen, ante lo cual se pudieron alterar los resultados. Con un triunfo holgado, eso habría sido imposible.
Desde 2016 los viejos enemigos del tabasqueño se han vuelto a poner de acuerdo acerca de la necesidad de frenar su llegada a Los Pinos en 2018. Pero esta vez existe un escenario completamente distinto, porque los cien mil ejecutados en tiempos de Felipe Calderón, y el pobre desempeño de Enrique Peña Nieto, han decepcionado a millones.
No todos estarán dispuestos a ser presas nuevamente de una campaña de miedo. Veremos qué estrategias utilizarán los adversarios políticos de Obrador para frenarlo. Por el bien de la democracia, más vale que sean apegadas a derecho. De otra manera, México quizás no resista un previsible estallido social.