Serpiente de piedra en el Barrio Xhihui, San Blas Atempa. Foto.- Flavio Rojas |
Gubidxa Guerrero
Los zapotecas istmeños vivimos en una pequeña confusión o en un malentendido, según quiera decírsele, pues durante las últimas décadas hemos sido injustos con lo que hoy es la Villa de San Blas Atempa.
A lo largo de muchos años, cronistas e historiadores han otorgado el reconocimiento y prestigio, que debería ser compartido, a un solo municipio. Pues cuando hablamos de la sede del poder político del reino zapoteca del Istmo, pensamos únicamente en Tehuantepec; cuando nos referimos a la ‘Rebelión de 1660’, nos imaginamos al pueblo tehuantepecano de hoy y a los barrios que hoy lo conforman.
Pero lo cierto es que el Tehuantepec de nuestro tiempo no es exactamente el de la historia prehispánica y colonial. Le falta una parte esencial, le faltan dos antiguos barrios que hoy componen un municipio aparte: Xhihui y San Blas.
De éstos, el segundo era el más importante; tanto, que de todos los barrios que integraban Tehuantepec, San Blas era el que más veces aparecía primero en el listado; era el que tenía el templo más grande y la población más numerosa; era, asimismo, el barrio con terrenos comunales más extensos, lo que le dio una preeminencia a lo largo de más de tres siglos.
Tehuantepec son sus barrios. Por eso, cuando nos referimos a ella, debemos pensar en una metrópoli diversa pero con un mismo corazón: su ser zapoteca. Cada barrio tiene su particularidad, como sería sus terrenos comunales, su templo, su Santo, sus autoridades tradicionales, sus fiestas, entre otros elementos.
Hay barrios grandes y barrios pequeños. Inclusive alguno ha dejado de existir. Los más importantes habían sido cuatro: San Blas Atempa, Santa Cruz Tagolaba, Santa María Reoloteca y Guichivere, en orden de importancia. Santa Cruz y Santa María, quizás por ser vecinos, han tenido, de hecho, cierta rivalidad a lo largo de los siglos.
Tehuantepec era una sola casa. Cada barrio era, digamos, un hermano. Y así convivieron durante más de trescientos años, compartiendo fatigas y el prestigio de ser el asiento de la antigua capital del reino zapoteca y del poder colonial.
A principios del siglo diecinueve surgió el primer intento separatista: el barrio de Santa María Reoloteca solicitó su elevación a pueblo libre. Es decir, ya no deseaba seguir perteneciendo a la metrópoli común. Dicho intento, sin embargo, fue rechazado por el Congreso local. De haber prosperado, habría pasado con este barrio lo que sucedió con Xhihui y San Blas; es decir, se les habría despojado, sin querer, de todo el prestigio del que gozaba la ciudad en su conjunto.
Los acontecimientos históricos hicieron que San Blas y Xhihui se segregaran en 1868, con lo que dejaron de ser jurídicamente tehuantepecanos. Hoy en día los blaseños (reitero: compuesto originalmente de dos barrios que hoy hacen la Villa de San Blas Atempa) reivindican su identidad ‘binni San Blas’ con mucho orgullo, pues han venido labrando una historia particular llena de episodios épicos. También conservan mayoritariamente el idioma zapoteco y las costumbres y tradiciones ancestrales. Son pues, el vivo ejemplo de nuestra estirpe zapoteca.
Pero les falta algo: les falta reivindicar el pasado prehispánico y colonial de la antigua urbe tehuana; pues tienen derecho a ella, como el que más. Tienen derecho a que cuando nos refiramos a la Alcaldía Mayor de Tehuantepec, pongamos una nota a pie de página, o entre paréntesis, donde especifiquemos que dicha Alcaldía corresponde a los actuales municipios de Tehuantepec y San Blas Atempa. Tienen derecho a que cuando hablemos de la capital del reino binnizá en el Istmo, especifiquemos que son sus herederas todos los barrios tehuanos, así como los dos barrios de la Villa hoy independiente. Es de elemental justicia.
______
Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 8/Feb/2014. Publicado en Cortamortaja el miércoles 8/May/2024.