Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el martes 26/Nov/2013]
“¿Por qué es tan importante el conflicto entre algunas potencias occidentales y la República Islámica de Irán?”, me pregunta un entrañable amigo; a lo que agrega: “¿qué nos importa a quienes vivimos de este lado del mundo lo que acontezca allá?”
La respuesta no puede ser más sencilla: ningún tiempo ha sido más global como el de ahora, pues no sólo estamos conectados tecnológicamente hablando, sino también de manera política y, por qué no, militar.
Por ejemplo, una guerra entre India y Paquistán, en la que cada bando utilizara su arsenal atómico, podría conducir a la extinción de la especie humana. No se requeriría que las bombas nucleares cayeran en nuestro continente para conseguir lo anterior, ya que bastaría con hacer estallar el número de artefactos suficientes para provocar un “invierno nuclear” que afectara nuestra producción de alimentos e innumerables aspectos de la vida cotidiana, de tal manera que erradicara de la faz de la tierra a las principales especies.
Con Irán sucede otro tanto. No solamente es uno de los países más poblados del Medio Oriente, sino que por sus costas pasa una tercera parte del petróleo que se consume en el mundo; además de que los persas son uno de los principales productores de crudo del planeta.
Irán aspira desde hace décadas a ocupar un lugar entre las potencias regionales de Oriente. Cuenta con una población numerosa y es heredera de una rica y milenaria tradición cultural ―la persa― que la hace sentir orgullosa. No obstante, tiene un pequeño defecto, a ojos occidentales: es celosa de su autodeterminación.
Ningún gran país productor de petróleo puede darse el lujo de navegar por sí mismo en las aguas de la política mundial. México depende de Estados Unidos, así como Arabia Saudita y la mayoría de los países del golfo pérsico. Irán quiso dejar de depender de Inglaterra y de otras potencias de occidente, y desde entonces sufre las consecuencias. Pero además, Irán quiso dejar de depender de la producción petrolera, procurando conservar sus reservas para épocas más funestas, por lo que comenzó el desarrollo de energía nuclear con fines pacíficos.
No obstante existe un gran obstáculo: el Estado de Israel. Este país no ve con buenos ojos que una nación hostil desarrolle energía nuclear, pues le sería relativamente sencillo dar el paso para construir bombas, y en Medio Oriente únicamente Israel desea tenerlas (se dice que los judíos poseen aproximadamente 200 ojivas nucleares, información que ellos no confirman ni desmienten).
Por eso el discurso tan encendido contra Irán; por eso la satanización del Estado Persa; porque representa una amenaza, no existencial, como afirman los israelíes, pero sí política. Si Irán lograra desarrollar un arma nuclear tendría el poder de disuadir cualquier ataque israelí en su suelo. Es decir, con una sola bomba iraní dejarían de tener sentido las 200 bombas israelíes.
Afortunadamente en estos días supimos de un acuerdo inicial entre Irán, Rusia, Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania, por el que se reconoce a Irán el derecho de desarrollar energía nuclear para fines pacíficos, siempre que dé las garantías de que esa tecnología no será mal empleada. Va ganando la diplomacia, y eso es bueno para el mundo.