El acarreo sigue siendo una práctica común. |
Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el lunes 10/Jun/2013]
¿Qué sentiría un actor de teatro si supiera que más de la mitad de los asistentes a sus obras acude obligadamente? ¿Cómo reaccionaría un músico si alguien le dijera que la mayor parte de su auditorio le aplaude de forma forzada?
Así es como deberían sentirse algunos de los políticos que abarrotan las plazas y calles con personas coreando sus nombres y gritando las consignas previamente ensayadas.
La politiquería tiene mucho de simulación. El personaje central del circo de la democracia sabe que los vivas no son del todo sinceros, pero sonríe ampliamente por el supuesto apoyo espontáneo. Muchos de los asistentes a las magnas concentraciones saben, igualmente, que si no acuden puntuales a la cita y no se “solidarizan” con la causa, la maquinaria de coacción se desquitará con ellos. Por tanto, se comportan como si se alegraran por la presencia del candidato.
Existen muchas maneras de obligar a miles de personas a concentrarse masivamente. Los chantajes van del típico lote en alguna “colonia popular”, la concesión de mototaxis, hasta el salario en los palacios municipales “gracias a” fulano.
Ayer domingo vimos las explanadas llenas y los estruendosos gritos de júbilo ante los abanderados de distintos colores. Todo parecía algarabía. Lo extraño es que antes de los mítines, cientos de personas de varios municipios istmeños se dirigían desganados hacia los lugares señalados para las multitudinarias aperturas de campaña, que si bien iniciaron formalmente el martes 4 de junio, fue ayer cuando lo hicieron ante los militantes.
¿Qué caso tiene reunir a cientos de personas para aplaudir a un candidato impopular? El mismo que tendría juntar a miles de fanáticos postizos para lisonjear al músico sin talento.
Ojalá los partidos políticos entiendan que es con propuestas y congruencia como se granjearán el apoyo generalizado. De poco sirve acarrear a miles de “simpatizantes” que los critican entre dientes.
Mientras no exista participación ciudadana real, la política seguirá siendo el arte del engaño y de las apariencias. Debemos recuperar el verdadero sentido de la democracia. Debemos ejercerla. Sólo así podremos devolverle a nuestros pueblos y ciudades la gobernabilidad que tanta falta les hace.