Por Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario, el sábado 22/Dic/2012]
24 de diciembre. Día en que los cristianos en el mundo (sean católicos o no) celebran, por la noche, la llegada del Mesías. En todo el orbe se realizan pequeñas ceremonias que rememoran las jornadas en que una humilde pareja pasó apuros buscando dónde establecerse.
El Evangelio según San Lucas dice lo siguiente: “Por aquellos días salió un decreto del Emperador Augusto, por el que se debía proceder a un censo en todo el imperio. Este fue el primer censo, siendo Quirino gobernador de Siria. Todos, pues, empezaron a moverse para ser registrados cada uno en su ciudad natal. José también, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazaret, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, porque era descendiente de David; allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa”.
Así comenzó la vida terrenal del Hijo de Dios, según las Sagradas Escrituras del cristianismo. Y en esa simbiosis de creencias traídas del otro lado del océano y la religiosidad de muchos pueblos de América, surgieron interpretaciones particulares.
Según las historias heredadas de nuestros abuelos, por el Istmo de Tehuantepec pasaron Santos y Vírgenes. También estuvo Jesús de Nazaret en sus tiempos de infancia y adolescencia. Pues si la tradición bíblica ignora el paradero de El Salvador durante los años previos a su crucifixión, muchos pueblos del mundo afirman haberlo recibido.
Por tanto, zapotecas, huaves, chontales, zoques y demás naciones mesoamericanas cuentan historias particulares y le rinden culto al Niño Dios de forma especial. En muchas poblaciones istmeñas se acostumbra acostarlo la noche del 24 de diciembre, donde un torrente de pequeños se dan cita para romper alguna piñata, recibir dulces y festejar con alegría el acontecimiento. Si bien existen rezadoras que realizan el rito; en Juchitán me tocó ser partícipe de una modalidad ya en desuso: las pastorelas.
Después de haber salido de portalito en los días previos al 24, los niños de la zona nos dábamos cita para ir a diferentes Secciones de Juchitán a acostar Niño, que es como decíamos al hecho de ir a cantar coplas navideñas frente a la mesa de Santo y el nacimiento familiar.
Con muchos días de anticipación nos reuníamos para ensayar las canciones. Ya que al ser tantas, que nosotros hilábamos a manera de popurrí, debíamos cuidar que no se nos fueran a olvidar. Las edades de los que integrábamos la pastorela del Callejón de los Leones iban de los 5 a los 15 años. Todos varones.
Desde el medio día del 24 de diciembre nos concentrábamos para cumplir con nuestra misión: cantarle al Niño Dios para arrullarlo; llevar un poquito de alegría a los hogares de Juchitán que nos lo solicitaban.
Teníamos apartada toda la jornada por lapsos de treinta minutos, hasta la media noche. Por tanto, el 24 cantábamos en más de veinte nacimientos; lo que hacía que al final del día termináramos roncos y cansados; pero eso sí, llenos de dulces y con una alegría inmensa reflejada en nuestros rostros.
Cada uno de nosotros llevaba un listón cruzado al pecho, que nos servía como distintivo. Éstos eran de los que nuestras madres usan para tranzarse los cabellos; por tanto, eran suaves y de colores fortísimos. Por instrumentos teníamos guitarra y pandero. Ningún adulto nos acompañaba. Los niños mismos nos organizábamos, haciendo los compromisos con las madrinas que iban a apartarnos con semanas o meses de anticipación.
A la distancia recuerdo unos versos para el Niño Dios, escrito por algún compositor zapoteca: “Un ramo de xhuba’ ziña/ te traigo, Niño, esta Navidad/ Para adornar tu pesebre/ en estos días de Navidad/ Un ramo de xhuba’ ziña/ que en el camino vi reventar/ Xhuba’ ziña de mi tierra/ te traigo Niño esta Navidad/ Xhuba’ ziña de mi tierra/ te traigo Niño esta Navidad/ Una red de elotes tiernos/ te traigo de Xadani/ Te traigo un chivito chulo/ engordado en Donají/ Te traigo un chivito chulo/ engordado en Donají/ Sólo soy un campesino/ de machete, arado y sol/ Dejé mi yunta un ratito/ y hacia tu ranchito voy/ Dejé mi yunta un ratito/ y hacia tu ranchito voy”. ¿Quién no distinguirá el alma istmeña en estos versos?
Tal vez este era el día más hermoso de todo el año. Acabábamos llenos de dulces y con dinero suficiente para comprar nuestra ropa que estrenaríamos el 31 de diciembre. También los cohetes, por supuesto. Es estas fechas y cerrando los ojos vienen a mí muchos gratos recuerdos: una niñez inocente, un pueblo decidido pero alegre, de gente buena, e infinidad de anécdotas de los años en que salimos de pastores.
Tal vez este era el día más hermoso de todo el año. Acabábamos llenos de dulces y con dinero suficiente para comprar nuestra ropa que estrenaríamos el 31 de diciembre. También los cohetes, por supuesto. Es estas fechas y cerrando los ojos vienen a mí muchos gratos recuerdos: una niñez inocente, un pueblo decidido pero alegre, de gente buena, e infinidad de anécdotas de los años en que salimos de pastores.