Consecuencia de los disturbios del viernes 3 de mayo. |
Uno pensaría que quienes toman las decisiones cruciales en el Gobierno son personas sensatas, capaces de evaluar las posibles consecuencias negativas y positivas de sus disposiciones. No obstante, siempre termino por decepcionarme por la manera en que se conducen quienes administran el Estado de Oaxaca.
Existe un sistema que, nos guste o no, la clase política conoce y a cuyas reglas se somete. En dicho sistema participan también “líderes sociales”, sindicales y élites económicas y religiosas. Hay líneas rojas que no se cruzan. Hay decisiones que jamás se toman.
Como consecuencia, es la mayoría de la población la que sufre la pasividad gubernamental. Cuando al pueblo se le violan sus derechos, la autoridad hace nada. Cuando a las amas de casa, estudiantes y obreros, se les obliga a caminar por los constantes bloqueos que la clase política ordena, el gobierno permanece indiferente, pues no está dispuesto a enfrentar a quien le brinda miles de votos en cada elección.
Por esa razón, líderes “charros” y funcionarios son igual de repudiados por el común de los habitantes.
Pero cuando alguien pretende salirse del sistema imperante, se le destruye. Nadie puede osar sostener una lucha que no pase por los liderazgos tradicionales asociados a los partidos políticos oficiales. Todos lo combaten.
Tal sucede en Juchitán. Más allá de que las acciones de las personas que están invadiendo propiedades sean legales o no, es preciso mencionar que no obedecen a los dirigentes clásicos del PRI y de la COCEI. La mayoría de quienes en día pasados se enfrentaron a la fuerza pública, son personas decididas que no siguen indicaciones de los políticos de oficio. Lo mismo sucede con quienes a finales de marzo se defendieron de los policías estatales en el camino rumbo a Playa San Vicente.
Eso es lo que preocupa a toda la clase gobernante regional. Como se dice: cientos de juchitecos se están yendo “por la libre”. Y eso es intolerante para quienes mandan en Oaxaca.
El hecho es apenas una de las manifestaciones de la descomposición social que a todos afecta. Juchitán es una olla de presión que está a punto de estallar. Y los gobernantes, en lugar de utilizar la negociación, están apostándole a la violencia.
Es paradójico: cuando todo mundo pedía el ingreso de la fuerza pública para frenar a los liderazgos políticos nocivos, el gobierno hizo caso omiso. Ahora que ese mismo gobierno debería conducirse con prudencia, es cuando ataca.
¿Qué puede suceder? Que despierte el Juchitán bronco. Lo de menos será la causa. Después de todo, las revoluciones estallan por pretextos insignificantes. Bandera política o social nunca faltará. Pero las consecuencias podrían ser terribles, con un saldo rojo como el que no hemos visto en las recientes décadas.
Los juchitecos humildes, desclasados, utilizados siempre como carne de cañón para mítines y elecciones, ya se hartaron de la situación, y están dispuestos a dar la vida en la lucha que se aproxima. No tienen nada que perder.
Los políticos de todos los colores, que se aprovecharon hasta el cansancio de los pobres, manipulándolos y enfrentándolos entre sí por objetivos egoístas, no están dispuestos a exponerse. Tienen mucho que arriesgar.
¿Qué sucederá? Dependerá de la manera en que se conduzca el Gobierno del Estado. Si fuerza utiliza, con la fuerza lo recibirán. Si se vale del diálogo, los paisanos dialogarán…
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Texto publicado en Enfoque Diario el martes 7/May/2013; en Punto Crítico el jueves 9/May/2013, y en NOTICIAS, Voz e Imagen de Oaxaca el viernes 10/May/2013.