México está manchado de sangre. Decenas de miles de muertos y desaparecidos son prueba suficiente de una estrategia fallida de combate al crimen organizado. El mal, no obstante, tiene menos que ver con la delincuencia que con la corrupción que impera en nuestros cuerpos policíacos. Los buenos somos más, muchos más, que los delincuentes. Sin embargo, unos pocos son capaces de corromper a autoridades incompetentes, volviéndolas cómplices de los males.
En muchas Entidades Federativas combatir el crimen es una quimera. Es como pensar que un sediento cerraría la llave de agua que lo surte… Desagraciadamente, muchos policías trabajan para los grupos delictivos, lo que provoca desconfianza en la sociedad. Y ante casos alarmantes se ha llegado a la conformación de policías comunitarias, que son cuerpos de seguridad tradicionales en muchas regiones indígenas del país.
En el Estado de Guerrero existen estas policías desde hace siglos, así como en otros pueblos originarios. El modelo más usual es el siguiente: durante el cambio de las autoridades tradicionales, se designa a los ciudadanos que habrán de integrar el cuerpo de policía de la población. A éstos se les da una modesta capacitación y, en algunos casos, también armamento. Al ser vecinos de la comunidad, hay una confianza en los policías del pueblo, pues el pueblo los elige y los renueva anualmente.
El tema tomó relevancia por la coordinación que comenzó a darse entre pueblos distantes, de tal manera que había cientos de policías comunitarios trabajando enlazados. Llamó más la atención cuando estos guardias empezaron a combatir delitos federales, como secuestro y tráfico de drogas.
Personas armadas siempre constituirán un peligro si no cuentan con la capacitación debida. Personas capacitadas, en el bando incorrecto, serán un peligro mayor. Ante esta paradoja las autoridades no saben qué hacer, y en muchas regiones del país se está reproduciendo esta forma de autodefensa ante la mirada atónita de los gobernantes.
Al mes de febrero ya hay “policías comunitarios” en los Estados de Guerrero, Oaxaca y México. Lo peligroso en este asunto es que bajo esa denominación varios grupos políticos, como Antorcha Campesina o los llamados Panchos Villas están armando a sus militantes.
¿Se imaginan a los miembros de ciertas organizaciones sociales de carácter político provistos con rifles y ametralladoras? Esto propiciaría que los adversarios ideológicos hicieran lo mismo para estar a la par.
La situación comienza a darse en el Istmo de Tehuantepec. Si no se atiende la problemática de la inseguridad y los conflictos con empresas transnacionales, tendremos una región armada, con el peligro que ello significa.
Los grupos paramilitares surgen, generalmente, como consecuencia de situaciones de ingobernabilidad, pero terminan convirtiéndose, casi siempre, en nuevos males. Así sucedió en Colombia, donde los grupos de "autodefensa" ante narcos y guerrilleros, se volvieron más nocivos que éstos.
Estamos a tiempo. Es un problema delicado que requiere de atención profesional.
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Texto publicado en Enfoque Diario, el jueves 14/Feb/2013. Publicado en NOTICIAS, Voz e Imagen de Oaxaca el viernes 15/Feb/2013.