Revolución, guerra civil y duelos de poder. Las ‘revoluciones’ de 1910 a 1920

Francisco Villa y Emiliano Zapata en Palacio Nacional
Gubidxa Guerrero

Noviembre es el mes de la Revolución Mexicana. Durante los últimos cien años se nos ha enseñado a venerar la figura del Apostol de la Democracia, Francisco I. Madero. Lo curioso es que la historia oficial pone en el mismo panteón de héroes a personas que guerrearon entre sí en la pugna por ideales, intereses y/o poder político.

Por mucho que la segunda década del siglo XX pretenda presentarse de un modo simple ―pueblo contra tiranía―, los hechos van mucho más allá de eso.

El villano de la historia suele ser el viejo General Porfirio Díaz, Presidente de la República por más de treinta años. Sin embargo, el dato que derrumba el mito antiporfirista afirma que Díaz renunció a los seis meses del inicio de la gesta armada, cuando no había sido tomada ninguna capital estatal y el Ejército del régimen estaba casi intacto. De hecho, las negociaciones entre el gobierno porfirista y los revolucionarios se dieron en Ciudad Juárez, población fronteriza con Estados Unidos de América. 

El pochote

Gubidxa Guerrero

Nisa nació una tarde de primavera en donde una suave brisa sopla casi todo el tiempo, entre cerros que se divisan en el horizonte. Huilotepec se llama el poblado donde esta niña morena vio los primeros rayos del sol, en la planicie costera del Istmo de Tehuantepec.

La niña "agua’ era delgada, pero con mucha energía. Por alguna extraña razón la gente pensaba que era tímida, lo que no era cierto, pues Nisa poseía una seguridad inusitada. La pequeña era, en realidad, reflexiva. Le gustaba platicar, pero no podía dividirse entre quien parlotea y quien sueña. Por tanto, prefería nadar en la profundidad de la mente. 

En Huilotepec se respira a espuma, puesto que a su espalda se encuentran dos mares: la Laguna Superior y la Mar del Sur, también llamado Océano Pacífico. Sus habitantes viven a ras del suelo. Es fácil suponer que la neblina es un fenómeno extraño, por no hablar de las nubes, que sólo se ven acercarse a las montañas de la lejanía.

En el principio del tiempo: orígenes de los zapotecas



Por Gubidxa Guerrero

“Toda obscuridad era cuando nacieron los zapotecas. Brotaron de los viejos árboles, como la ceiba. Del vientre de las fieras nacieron, como el jaguar, el lagarto”. Así describe Macario Matus, gran pensador binnizá, el origen de nuestra estirpe, el comienzo de nuestra historia.   

Bixandu'

Fotografía Juquila Ramos.
Gubidxa Guerrero Luis

Octubre es un mes especial, tal vez el más raro de los meses del año. En la región istmeña octubre huele a flores del camposanto, huele a nuestros difuntos.

Contrario a lo que sucede en otras regiones del mundo, la muerte es para los zapotecas una etapa más en el ser. Cuando uno muere físicamente, continúa vivo en otro sitio. De hecho, la muerte es apenas el comienzo de una serie de peripecias que conducen al individuo al más allá.

Un difunto necesita conocer el camino y seguir estrictamente ciertos pasos para completar su etapa. Cuando alguien pierde la vida terrena, tarda todavía varios meses en llegar al inframundo, al cielo, o al paraíso, según las creencias de cada quién. 

La persona aún necesita hacerse de un perro que lo cruce del otro lado de un caudaloso río que debe atravesar forzosamente, y demás minucias que mucha gente conoce bien.

No obstante, un aspecto importante de nuestra tradición es cuando las almas retornan cada año. No llegan en noviembre, como marca el catolicismo, sino en el mes de octubre.

Cuando llegan las almas

Altar tradicional conocido como biguié'
Gubidxa Guerrero Luis

Una vez al año muchas familias disponen lo necesario para la llegada de sus muertos. Todos vienen sin importar la edad, género o la ocupación, según antigua creencia transmitida de generación en generación desde hace miles de años.

Pero, como en toda práctica de fe, nunca faltan aquellas personas que suelen burlarse o desdeñar la creencia de sus mayores. Así era Ta Mariano Vera, señor del barrio Cheguigo, en Juchitán.

Perdió Ta Mariano a su padre una noche de diciembre. El señor de casi noventa años falleció apaciblemente en su catre. La esposa del difunto murió pocas semanas después. La mayoría pensó que, al igual que su marido, dejó de existir a causa de los años; pero los observadores supieron la verdadera razón: la tristeza que provoca la viudez. 

Historia de un niño que tomaba mucha agua de coco

Fotografía.- Rafael Pacheco Jiménez.
Por Gubidxa Guerrero

Lorenzo fue un niño travieso que vivió hace varias generaciones en Juchitán. Refieren quienes lo conocieron, que tenía ciertos dones: entendía, por ejemplo, el idioma de los zanates y de los pájaros carpinteros; sabía con anticipación cuándo ocurriría un terremoto o si sería buen año para las lluvias.

 A Lorenzo le gustaba mucho el agua de coco. Cuenta la gente que a todas horas disfrutaba de esta bebida; tanto así que le apodaban Lenchu Naga’nda, pues además acostumbraba tomarla recién salida del fruto fresco. La señora donde vivía contaba asombrada a los vecinos cómo, desde antes de aprender a caminar, a Lenchu ya le agradaba mucho esta agua.

No tuvo padres. Ta Severiano lo trajo del campo una tarde que regresaba de cacería. Todos asumieron que era huérfano, por lo que el cazador y su compañera lo adoptaron y criaron como propio. Na Laureana, como se llamaba la esposa, contó que una vez que Lorenzo enfermó, no encontraban forma de que el chamaco comiera y se hidratara. Entonces a una vecinita se le ocurrió darle de probar el agua de coco, que el niño de inmediato degustó sonriente sin dejar de beberlo nunca más.

Peculiaridades del altar y Día de Muertos Zapoteca

Gubidxa Guerrero 

La muerte es parte esencial del pueblo zapoteca y de su cultura. Desde hace milenios nuestros antepasados honraban la vida después de la vida. Lo escribí bien: la vida después de la vida. Porque, ¿saben?, uno realmente no deja de existir, como se entiende en otras partes del mundo. Uno simplemente se vuelve otra cosa.

Así como un Bidxaa (nahual) se metamorfosea en el animal de su preferencia; un binnizá adquiere otro sentido después de que su corazón deja de latir. No desaparece. No deja de existir. Sigue vivo, pero de otra manera. En otro lugar.
Hay un sentido espacial en la concepción de la muerte de los zapotecas. Hay un mundo, una realidad paralela a la nuestra, alejada de los lugares que ocupamos los vivos. De ese otro lugar vuelven los difuntos una vez al año, cuando se les concede licencia para visitar a sus parientes y amigos, cuarenta días después del equinoccio de otoño. 
En casi todo el país a los muertos se les espera en el cementerio. Pero entre los zapotecas istmeños, sobre todo en pueblos como Juchitán o Unión Hidalgo, a los difuntos se les espera en el hogar.

¿Son malos los mototaxis?

Gubidxa Guerrero 

Ante el clima de crispación que vive la región istmeña, muchos achacan a los mototaxis el origen de todos los males. Por eso es bueno preguntarse qué tan nocivos resultan. Y antes de responder, preguntaría, ¿los taxis es el mundo son negativos?, ¿los aviones o las bicicletas?

Quizás algunos piensen que no hay ninguna relación entre los cuestionamientos lanzados. Sin embargo, tienen mucho que ver, ya que una herramienta, alguna máquina o un vehículo que brinda un servicio público no es malo en sí mismo.

De la solidaridad. Historias de Ta Jacinto Lexu VI

Gubidxa Guerrero

Mixtequilla es un pueblo bello. Resguarda el lugar un pequeño cerro desde el que se divisa la planicie costera. A un lado, transita apacible el Río Tehuantepec, que baja imponente desde Jalapa del Marqués. 

Cierta mañana caminaba Ta Jacinto Orozco, al que todos apodaban Lexu, por dicho pueblo. Había salido de San Blas Atempa durante la madrugada subiendo el ‘Portillo de San Antonio’ para bajar al centro de la ciudad de Tehuantepec. De ahí se encaminó hacia el Barrio de San Sebastián para enfilarse a las Labores que están a un costado, pues entre sus huertas se encuentra el camino recto que va de Guizii a Mixtequilla, que desemboca justo al centro de esta pintoresca población.

Cuando Ta Jacinto iba entrando vio cómo un muchacho cargaba penosamente un costal de elotes. “¿Adónde llevas esa pesada carga? ¿No tienes acaso un animal que haga el trabajo por ti?”, preguntó el hombre. “¡Ta Jacinto!, vengo del terreno de mi amigo. Estamos cosechando y me pidió ayudarlo”, dijo el joven, contento por saludar a nuestro personaje. “Qué bueno, muchacho. Es preciso que los amigos se apoyen, porque entre dos es más liviano el trabajo. Imagino que debe venir detrás de ti con una carga similar, si no es que va más adelante o se quedó trabajando allá”. Entonces, un tanto apenado, el joven respondió: “No precisamente, Ta Chintu. Mi amigo fue a Comitancillo, a una pequeña celebración”.

Guchachi’ reza

Ilustración.- Francisco Toledo
Gubidxa Guerrero

‘Iguana rajada’. Eso significa la expresión que titula esta nota. Así es como se denomina en lengua zapoteca a las iguanas con una cicatriz en el vientre. Guchachi’ reza es como los viejos cazadores denominaban (o todavía lo siguen haciendo) a la sustentabilidad.

En años recientes el mundo parece estar tomando consciencia de la necesidad de preservar el medio ambiente. No por el mero hecho de albergar buenos deseos en los corazones, sino como una medida para proteger la propia especie, ya que si destruimos el entorno, nos condenamos a la desaparición. Lo anterior lo sabían los zapotecas antiguos. Por ello actuaban mediante ciertos principios que mantenían un equilibrio con la naturaleza. 

La cacería es una ocupación asociada a la depredación. Un cazador captura a sus presas, generalmente para aprovecharse de ella. Uno de los objetivos de la caza es capturar al mayor número de ejemplares. Sin embargo, los iguaneros de antaño tenían una práctica que ayudó durante generaciones a que siempre tuviéramos carne fresca.