Relato de una niña que quiso ser caracol


Díptico. Gregorio Guerrero
Gubidxa Guerrero

San Mateo del Mar es tierra de pescadores; de hombres de viento y arena; de barcas. Ningún pueblo istmeño está más cercano a la inmensidad del océano. Por sus calles se respira la espuma marina. A un costado sus aguas son quietas, y al otro, feroces. Las personas de ahí se hacen llamar ikoots, aunque son más conocidos como huaves. No se sabe exactamente de dónde vinieron, pero llegaron de muy lejos hace muchísimo tiempo; tanto, que ni ellos se acuerdan. Alguna vez fueron dueños de toda la planicie costera. Hasta el pueblo de Jalapa llegaban sus dominios; pero así como ellos conquistaron estas tierras, fueron sometidos y arrinconados, a su vez, hasta donde se encuentran ahora. De ahí era la niña que quiso ser caracol. 

Eira, como se llamaba, iba todas las tardes a la playa cercana. Recogía puños de arena buscando caracoles perfectos que resonaran como si contuvieran inmensas olas. “Quiero ser caracol, para llevar el mar dentro de mí”, solía decir. A veces hubiera querido nacer en el agua. Tal vez Dios la tuviera destinada a ser una sirena; quizás un delfín o una  tortuga marina, pero ya no pudo crearla bajo ninguna de estas formas y, probablemente, sólo alcanzara a dejarla cerca de la playa para que ella misma descubriera su ser. Dios suele tener muchas ocupaciones, y el día que ella nació pudo estar distraído. 

Una de las muchas tardes que fue a contemplar el sol ocultándose por el horizonte, no se volvió a saber de ella. Y es que Eira caminó bastante por el borde de la playa, entremetiendo sus pies en las olas que bañan la arena. Mientras recorría pausadamente las costas de su pueblo, pensaba cómo podría hacerle para convertirse en caracol. Así caminó desde San Mateo hasta las cercanías de Salina Cruz. Dobló y pasó junto a Huilotepec, donde le agarró la noche. A la mañana siguiente prosiguió su marcha. En San Blas Atempa la vieron unos pescadores que le ofrecieron agua de coco y un rico desayuno. Caminó más adelante y arribó a Punta de Agua. Ahí se sentó en una canoa hecha con un tronco grande y viejo. Pensó en su gente, en su pueblo, y en ser caracol. Anduvo otro tanto hasta llegar a Xadani, donde nuevamente se sentó a pensar. Fue donde le salieron las primeras lágrimas, justo cuando partía rumbo a Playa San Vicente. Y Dios se conmovió tanto con su llanto, que mientras ella iba caminando, la fue volviendo otro ser. 

Nunca supo nadie cuándo llegó a las costas juchitecas, pues los caracoles son difíciles de distinguir entre las miles de conchas marinas que están regadas sobre la arena. Sólo se sospecha que algún niño juguetón la recogió para escuchar el canto del océano que habita dentro de ella.  




__________
Texto publicado en Los guardianes de la tierra, Secretaría de Cultura de Morelos/Fondo Regional para la Cultura y las Artes. Año 2013. Morelos. ISBN: 978-607-7773-84-9. También en Enfoque Diario, el jueves 03/Mar/2011.