El despetalizador de flores

Ilustración: Gregorio Guerrero 

Gubidxa Guerrero

Este era un señor que despetalizaba flores. Profesión nada sencilla, si consideramos que éstas tienen incontables partecitas --por llamarles de algún modo--; sobre todo los nardos.

Pocos saben que las gardenias, las rosas o las magnolias necesitan de atención minuciosa. No basta con plantarlas, regarlas, ni con esperar pacientemente su crecimiento. Es preciso revisar detalladamente cada pétalo. Y a esto se dedicaba el susodicho.

Cada mañana revisaba una por una las minúsculas hojillas, por si entre ellas existiera la mínima mancha o desproporción. “Si los pétalos presentan entre sí una variación equilibrada, la flor puede ser llamada perfecta. Si, por el contrario, el tamaño es idéntico, hay que corregir la anomalía”, decía este gran conocedor de las plantas.

Decidió emprender su tarea, una tarde que se topó con los pedazos de flor que una joven había tirado. Supo, por ejemplo, que las margaritas constan de un solo pétalo, y que son muchas flores machos y hembras las que aparentan ser una sola. También descubrió que la desconfianza de muchas damas se debía esencialmente a un mal comienzo: “Si principia con el típico ‘me quiere’, terminará invariablemente con un ‘no me quiere’. Ahí está la trampa.” 

Tuvo por ocurrencia despetalizar la flor que una muchacha utilizaría para aliviar cierta angustia. Él mismo le entregó la pieza para que ella la fuera “deshojando”, como erróneamente denominan a la acción de quitar pétalos. “Se deshoja una rama. Las flores se despetalizan”, le oí decir. Procuró que la joven encontrara en el proceso, pedacitos relucientes y respingados cada que pronunciara el ‘me quiere’, y se hizo cargo de aquellas para el ‘no me quiere’, de modo que la niña no notara la diferencia con los ojos, pero sí con el corazón. Así obtuvo su primer triunfo, pues la joven enamorada terminó sumamente alegre de ir talando el bosquecillo de pétalos, dejando entre el pulgar y el índice un hermoso rastro de flor, con la frase ‘me quiere’ saliendo de sus labios.

El despetalizador encontró una vocación. “Oficio nada fácil”, suele insistir, para que se sepa que su arte, no por enfocarse a restaurar botones, lo es menos. El despetalizador cobró fama, pues cumplía cabalmente con su deber, sin importar quién requiriera de sus servicios. 

Luego de las margaritas, vinieron las rosas. Una tarde en la floristería notó que aquéllas con textura delicada, podían proyectar timidez. “Para que una rosa sea perfecta, debe prescindir de cuatro pétalos: dos del centro y dos más de las orillas”. Así consiguió que una madre llorara frente al ramo que su hijo le entregaba. 

Cuando miren una flor triste pero rebosante de color; cuando se encuentren con un jardín “raro”, o con una plantita suave pero sin alegría; no es que estén ante una flor fea. Será que no ha recibido la visita de nuestro amigo; necesitará al despetalizador que la vuelva coqueta.


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Texto publicado en Enfoque Diario el domingo 14/Nov/2010.