Gubidxa Guerrero
El 30 de octubre iniciará una de las celebraciones más importantes para algunos pueblos de origen amerindio: el Día de Muertos. Desde tiempos prehispánicos, incontables grupos étnicos se preparaban para recibir a sus difuntos. Diversos productos del campo eran ofrecidos a los espíritus que en estas fechas llegaban de visita desde el inframundo.
Con la conquista española y la adopción del catolicismo por las naciones sometidas, estos días especiales fueron “adaptados” para dar cabida a una conmemoración de tinte cristiano: el Día de Todos los Santos. De esta manera, aquella festividad siguió practicándose, pero otro nombre.
Para muchas culturas de México, Guatemala y otros países centroamericanos (también para muchos ‘mestizos’), los últimos días de octubre y los primeros de noviembre son sagrados. Las almas llegan a degustar ricos platillos con sus parientes. Más que un ambiente festivo, es de solemnidad. Calma se siente en las calles; se ven personas caminando entre las casas visitando a los difuntos que en vida fueron amigos o familiares. En otros pueblos se visita a los amigos y parientes en el cementerio. Canciones tristes se escuchan; también rezos. Son días de respeto.
Pero esta costumbre milenaria está siendo suplantada peligrosamente por una fiesta de origen anglosajón, realizada sobre todo en Estados Unidos de América: la Noche de Brujas o Halloween, que ha ido tomando fuerza en los últimos años, mediante una promoción desmedida en los medios de comunicación. Películas y series televisivas han sido la punta de lanza en la difusión de esta práctica ajena, haciendo que varios países latinoamericanos la adquieran paulatinamente.
El Halloween es motivado básicamente por un ánimo mercantilista. Y aunque el origen de esta fiesta puede remontarse a conmemoraciones paganas celtas, lo que hoy en día venden los medios es una fiesta secular desprovista de espiritualidad.
Pero, ¿qué hay de malo en que los niños del Istmo de Tehuantepec --sean huaves, chontales, mixes, zoques o zapotecas-- se disfracen a la usanza yanqui? ¿Qué tiene de perjudicial que los jóvenes acudan a los bares y salones a celebrar una noche de Halloween?
La llamada Noche de Brujas tendría poco de riesgoso si no coincidiera con uno de los días en que recibimos a los muertos. Halloween no representaría una amenaza a nuestras tradiciones milenarias si se conmemorara, digamos, un 15 de noviembre; ya que resultaría similar al Día de los Niños, de las Madres, del Trabajo, e infinidad de fechas que los gobiernos, las tiendas y las nuevas sociedades tanto promueven. Pero hoy que nuestro patrimonio cultural intangible está en riesgo, que nuestra lengua desfallece, y que el respeto por los ancianos y los valores antiguos va perdiéndose, es de suma importancia que hagamos conciencia. El 31 de octubre no es Noche de Brujas en la región del Istmo (a menos que designemos de esa manera a nuestras madres y abuelas fallecidas hace mucho); más bien, es uno de los días en que recibimos a nuestros difuntos.
Aunque la mayoría de las personas adultas adornan sus altares con flores, y depositan en sus ‘Mesas de Santo’ frutas y comida, muchos niños y jóvenes prefieren irse a los “convivios”. Lo triste es que numerosas instituciones educativas estén promoviendo la tergiversación de nuestras costumbres.
Si queremos reforzar las tradiciones propias, es indispensable que inculquemos a nuestros hijos el respeto y amor por ellas; su práctica. De otra manera será muy difícil enfrentarse al poder avasallante de la televisión y de los medios de persuasión comerciales, para los que una creencia de origen prehispánico suele tener menos atractivo que una fiesta estadounidense...