Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el miércoles 24/Abr/2013]
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) no sólo es la institución de educación superior más grande de nuestro país, sino la de mayor calidad. Ha aportado varios premios Nobel, tiene magníficos centros de investigación, campus amplios, miles y miles de estudiantes de primera que cursan alguna de sus tantísimas carreras gratuitamente.
La UNAM es envidiable. Y desde hace mucho tiempo los poderosos han pretendido privatizarla. La UNAM es un faro que ilumina brillantemente nuestro México, por ello miles de jóvenes estudiantes intentan ingresar a ella cada semestre.
Hace catorce años inició un movimiento estudiantil que buscaba evitar su privatización. Durante la denominada “huelga” que dicho movimiento propugnó, además de perderse un semestre, se consiguió echar para atrás una reforma de dudosas intenciones.
Por desgracia, una vez conseguidos los objetivos, un pequeño grupo de “huelgistas” se negaba a entregar las instalaciones universitarias, sumando nuevas demandas al pliego petitorio. Ello provocó una división de opiniones al interior de la máxima casa de estudios, de tal manera que finalmente una mayoría de estudiantes exigía el regreso a clases.
Ante la cerrazón, ingresó la Policía Federal Preventiva (PFP) y desalojó a 500 personas aproximadamente.
Hace algunos meses vimos cómo jóvenes de nivel medio superior tomaban oficinas, destruían inmobiliario y golpeaban a personal administrativo del Colegia de Ciencias y Humanidades (CCH). Ello propició que las autoridades competentes suspendieran a varios, contando, para ello, con el aval de la comunidad estudiantil.
Pero el asunto que parecía olvidado resurgió el viernes cuando una veintena de jóvenes ―entre quienes se encuentra uno que ni siquiera estudia en la UNAM― se apoderaron de la Torre de Rectoría, cometiendo destrozos y pintarrajeando un edificio Patrimonio Cultural de la Humanidad (toda el área de Ciudad Universitaria está catalogada así). Exigían, entre el rollo típico, que sus compañeros del CCH no fueran expulsados; demanda que afortunadamente no consiguieron pues se acaba de efectuar la expulsión definitiva.
Lo increíble es que veinte personas puedan hacer tanto daño a una comunidad con más de 200 mil miembros, y que nadie haga nada. El Rector se está conduciendo con excesiva prudencia para evitar que los porros (no encuentro un mejor calificativo) pretendan victimizarse. Pero ello ha provocado desesperación entre quienes sí se dedican a estudiar, poniendo en alto el nombre de la UNAM.
Es paradójico: quienes dicen defender la gratuidad de la educación pública apoyan a quienes desean privatizarla. Es sabida la estrategia que siguen aquellos que buscan vender un bien estatal: el desprestigio. Cuando una institución eficiente y pública quiere ser entregada por personas sin escrúpulos, primero se le desprestigia; después resulta fácil ofertarla. Eso pareciera que buscaran los encapuchados que están en Rectoría...