Gubidxa Guerrero
[Texto publicado en Enfoque Diario el sábado 27/Jul/2013]
Julio es mes de fiesta en la ciudad de Oaxaca. Es estas fechas se realiza un espectáculo multicolor, al que denominan Guelaguetza, en el Cerro del Fortín. Sobre el nacimiento de dicho evento se ha construido una versión romántica, repetida infinidad de veces. Dicho discurso pretende ver en los bailables que se ejecutan durante los Lunes del Cerro una festividad de origen prehispánico, con ritos y significado profundo, y no una creación moderna institucional.
El ánimo del presente artículo no es desacreditar esa festividad a la que acuden miles de personas cada año, tanto de nuestra Entidad como de otras partes del país e, inclusive, del extranjero. La intención de este escrito es informar a los apreciables lectores que nos han pedido datos al respecto, ante las contradicciones que creen ver en esta celebración.
Lo cierto es que la Guelaguetza es una festividad reciente, creada desde una oficina de gobierno para servir de apoyo a las pretensiones “integracionistas” de las administraciones derivadas de la Revolución Mexicana. Estos bailables son coherentes con un discurso nacionalista muy en boga en los años veinte y treinta.
La primera representación, propiamente dicha, se realizó en 1932, conmemorando el cuarto centenario de la ciudad de Oaxaca. Nació, pues, como parte de los festejos gubernamentales por dicho acontecimiento (tal como se realizaron cientos de actividades hace algunos años para recordar el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución). Desde entonces, conforme pasan los años, se le han ido agregando nuevos elementos. Por ejemplo, en 1958 se presentó por vez primera la danza Flor de Piña, creada ex profeso para la Guelaguetza, pues Tuxtepec se presentaba, hasta entonces, con el Fandango Jarocho, que para la élite gobernante oaxaqueña era demasiado “veracruzano”. Asimismo se diseñó el “traje típico” de esa ciudad (es decir, coreografía con ropa incluida). En 1969 inició la designación de la Diosa Centéotl; en 1974 se inauguró el nuevo auditorio con cargo, básicamente, al erario federal. Desde 1983 comenzó a representarse Donají La Leyenda; recientemente empezaron a hacerse dos espectáculos por día: uno en la mañana y otro en la tarde; y a partir de hace dos años el Auditorio Guelaguetza está techado.
Este evento cuenta con un Comité Organizador, y es el mejor producto del Gobierno del Estado, que mediante la Secretaría de Turismo prepara todo lo concerniente. En los Lunes del Cerro se lucían los antiguos gobernadores priístas, como este año lo está haciendo Gabino Cué Monteagudo. Y conforme pasa el tiempo adopta un matiz más comercial; ya que para ingresar a las primeras filas y observar mejor el espectáculo, debe realizarse un desembolso relativamente fuerte (los boletos se adquieren por ticketmaster). Por ello, casi siempre vemos turistas extranjeros, o políticos prominentes, disfrutando en lugares privilegiados de estos bailables.
Siento mucho desilusionar a algunos. Como mencioné al principio, no es mi intención desacreditar esta fiesta, que genera una derrama económica importante para la Entidad, pues hasta los pequeños comerciantes elevan sensiblemente sus ventas. Pero la Guelaguetza, es decir, el evento que se realiza en el auditorio del mismo nombre, es un espectáculo de bailables. Ni más ni menos.
A quienes conviene que la Guelaguetza se presente como una festividad llena de misticismo es, primeramente, al Gobierno del Estado, organizador por excelencia de este evento, y a los empresarios hoteleros y restauranteros de la capital del Estado, que con ese discurso romántico atraen más visitantes.
Que la Guelaguetza sea de creación reciente (inspirada en la concepción tergiversada que algunos políticos e intelectuales tenían de la solidaridad entre los zapotecas) no significa que carezca de colorido y un atractivo incomparables. Que la Guelaguetza esté sustentada en mitos indigenistas escritos por gente como Pedro Camacho (quien introdujo el discurso romántico en torno a los Lunes del Cerro) no implica que no podamos disfrutarla. No obstante, debemos recordar que cada grupo étnico, no sólo del Estado de Oaxaca, sino del país y del mundo, conserva fiestas tradicionales cargadas de mucho simbolismo, que bien nos serviría conocer y revalorar.