¡Que vivan los estudiantes! Por Vietnam y Palestina

Detención de Noelle McAffee, presidenta del
Departamento de Filosofía de la
Universidad de Emory, Atlanta, EEUU
Gubidxa Guerrero

Una de los capítulos más importantes de la historia contemporánea norteamericana es la movilización estudiantil y popular en contra de la guerra de Vietnam. Hace décadas, miles de jóvenes marcharon y fueron arrestados por la fuerza pública. Las escenas integran el imaginario popular y la cultura estadounidense. 

En aquellos años, la ciudadanía exigía que el Ejército de Estados Unidos detuviera una guerra injusta al otro lado del mundo que beneficiaba principalmente a su Complejo Militar Industrial. Si bien las victorias de Ho Chi Min y los guerrilleros vietnamitas fueron estratégicas y contundentes, la movilización de la sociedad civil estadounidense jugó un papel determinante. 

Hoy, en varias de las universidades más prestigiosas del mundo, protestan miles de estudiantes y profesores exigiendo el fin del genocidio israelí en contra del pueblo palestino. La respuesta oficial del gobierno del Presidente Joe Biden ha sido la descalificación y la represión policial contra el movimiento que exige, también, que el gobierno estadounidense deje de financiar la maquinaria bélica sionista.

El epicentro fue la Universidad de Columbia. Pero Yale, Harvard y otros centros de educación superior se han sumado. La represión únicamente da más fuerza a la marea. Se dice que pronto se integrarán universidades europeas, como La Sorbona, y de otros países del orbe. 

La Guerra de Guiengola

Basamento piramidal Poniente. Plaza Central de Guiengola

Gubidxa Guerrero

Dani Guiengoola ―Quiengola para otras variantes dialectales―, es una montaña situada a pocos kilómetros al noroeste de Santo Domingo Tehuantepec. A más de 400 metros de altura se levanta la ciudadela zapoteca que fue centro ceremonial y político de los últimos soberanos binnigula'sa'.

Guiengola es una bisagra entre la Sierra Zapoteca Istmeña y la Planicie Costera del Istmo. De hecho, desde lo alto de su basamento piramidal poniente se mira el Cerro de las Flores, en cuyas faldas se encuentra Santiago Lachiguiri ('Llano de Ocote', 'Llanura de Antorcha'). Pero también se divisa el territorio de Juchitán, las lagunas Superior e Inferior y el 'Cerro de la Piedra del Jaguar', Dani Guiebeedxe', que se reparten San Blas Atempa y Tehuantepec, herederas de la vieja capital prehispánica zapoteca.

19 de mayo de 1850: el incendio de Juchitán

Gubidxa Guerrero

El sábado 18 de mayo por la mañana, José Marcelino Echavarría partió de Tehuantepec con rumbo a Juchitán acompañado de un numeroso ejército. Al parecer Echavarría tenía pensado salir para Juchitán un poco después, pero, según él, debido a los continuos partes que recibía de los alcaldes de Comitancillo e Ixtaltepec ―poblaciones intermedias en el camino que conducía de Juchitán a Tehuantepec―, tuvo que apresurar la marcha. La Sección de Operaciones sobre Juchitán estaba compuesta por 434 soldados: 250 hombres del batallón Guerrero; 114 del batallón Lealtad, de Tehuantepec; 70 soldados de caballería; dos cañones y un tren regular de campaña. El mismo 18 de mayo por la tarde llegaron al pueblo de Ixtaltepec, distante dos leguas de Juchitán y siete de Tehuantepec. En esa comunidad, avisados con anticipación, se le incorporaron las milicias auxiliares de seis pueblos: Comitancillo, Laollaga, Chihuitán, San Jerónimo (hoy Cd. Ixtepec), Espinal e Ixtaltepec “y sujetos particulares que quisieron dar este servicio al gobierno”. Todos pasaron allí la noche. El número de auxiliares, según la versión de los juchitecos, alcanzaba los dos mil hombres.

Sobre la necesidad de conocer nuestra historia

Panorámica de Guiengola / Fotografía.- Cristian Tónchez Orozco
Por Gubidxa Guerrero

Todos saben de los egipcios o de los griegos. Alguna información tenemos acerca de China antigua, o del Imperio Romano. También poseemos datos elementales sobre los incas, los mayas o los aztecas. Ni qué decir de la historia de los Estados Unidos, de Europa, o de las guerras mundiales.
   
Cada pueblo, al menos en teoría, investiga, sistematiza y promueve su propia historia. La transmite celosamente a las nuevas generaciones, para que con ese conocimiento se forje un espíritu colectivo de pertenencia y de amor por lo propio. Para que de esta manera, las metas que cada nación se trace sean más factibles a la vista del devenir en el tiempo.