Nisa nació una tarde de primavera en donde una suave brisa sopla casi todo el tiempo, entre cerros que se divisan en el horizonte. Huilotepec se llama el poblado donde esta niña morena vio los primeros rayos del sol, en la planicie costera del Istmo de Tehuantepec.
La niña "agua’ era delgada, pero con mucha energía. Por alguna extraña razón la gente pensaba que era tímida, lo que no era cierto, pues Nisa poseía una seguridad inusitada. La pequeña era, en realidad, reflexiva. Le gustaba platicar, pero no podía dividirse entre quien parlotea y quien sueña. Por tanto, prefería nadar en la profundidad de la mente.
En Huilotepec se respira a espuma, puesto que a su espalda se encuentran dos mares: la Laguna Superior y la Mar del Sur, también llamado Océano Pacífico. Sus habitantes viven a ras del suelo. Es fácil suponer que la neblina es un fenómeno extraño, por no hablar de las nubes, que sólo se ven acercarse a las montañas de la lejanía.
Nisa tenía un anhelo: caminar entre las nubes. Había escuchado que, para ello, requería andar varios días rumbo a Lachiguiri o en dirección a Guevea, porque a los altos cerros del trayecto bajaba, de cuando en cuanto, algún nubarrón distraído.
Pero en aquel tiempo era imposible que a la niña le dieran permiso. Además, salvo los comerciantes, casi nadie salía de su aldea. Por tanto, ella se había resignado a vivir imaginando la consistencia de una nube, pues jamás podría llegar al cielo. Como una forma de consuelo, le dio por sembrar ciertos árboles espinosos a los que casi nadie apreciaba. Sus amigas le decían que mejor cuidara de plantas que brindan flores o frutos, que le podrían servir para comer u ofrendar a los dioses.
Pero Nisa aseguraba que los árboles aromáticos tenían muchos custodios y que nada malo podría sucederles. En cambio, esos palitos espinosos corrían el riesgo de desaparecer si no se les echaba agua. Aunque sin utilidad aparente, continúo afanosamente con la tarea de multiplicar dichos espinos.
Fue tanta su dedicación que Gusiu, el 'Señor del Rayo y de la Lluvia', decidió recompensar a la pequeña. Visitó la tierra y habló con ella con suma discreción, diciéndole: "Como has demostrado cariño desinteresado hacia estos arbolitos, te haré un regalo. Cada vez que se acerque tu cumpleaños le nacerán nubes. De ese modo, podrás conocer la sensación de tomar una entre tus manos. Además, sus ramas serán largas y su tronco frondoso. Se alzará alto, casi como ningún otro árbol. Le llamaremos Yaga Bioongo' y con sus nubes podrás hacer almohadas con las que tus sueños serán más reconfortantes".
Nisa se alegró con la noticia. Esperó pacientemente la primavera y cuando ésta se acercaba vio que a los pochotes que ella había sembrado le nacían unos frutos raros. Conforme pasaron los días, descubrió que a la vaina le brotaba una nube.
No sólo ella quedó sorprendida. También la comunidad se asombró al ver cómo un simple espino obsequiaba un fruto tan hermoso que, al desprenderse, volaba por entre las chozas del pueblo.
Cuando transcurrieron los años, fueron testigos de lo gigantescos que se volvían los árboles de Nisa. Desde entonces, el pochote dejó de ser una planta menospreciada. Ahora a todos consta que sus ramas llegan hasta el cielo, de donde le brotan nubes blanquísimas que siguen siendo la dicha de Nisa, la niña agua, la niña nube.
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Texto publicado en Enfoque Diario el domingo 02/Abr/2017. Publicado en Cortamortaja el miércoles 13 de noviembre de 2024. Se autoriza su reproducción siempre que sea citado el autor.