Gubidxa Guerrero
La muerte es parte esencial del pueblo zapoteca y de su cultura. Desde hace milenios nuestros antepasados honraban la vida después de la vida. Lo escribí bien: la vida después de la vida. Porque, ¿saben?, uno realmente no deja de existir, como se entiende en otras partes del mundo. Uno simplemente se vuelve otra cosa.
Así como un Bidxaa (nahual) se metamorfosea en el animal de su preferencia; un binnizá adquiere otro sentido después de que su corazón deja de latir. No desaparece. No deja de existir. Sigue vivo, pero de otra manera. En otro lugar.
Hay un sentido espacial en la concepción de la muerte de los zapotecas. Hay un mundo, una realidad paralela a la nuestra, alejada de los lugares que ocupamos los vivos. De ese otro lugar vuelven los difuntos una vez al año, cuando se les concede licencia para visitar a sus parientes y amigos, cuarenta días después del equinoccio de otoño.
En casi todo el país a los muertos se les espera en el cementerio. Pero entre los zapotecas istmeños, sobre todo en pueblos como Juchitán o Unión Hidalgo, a los difuntos se les espera en el hogar.
El altar familiar se confecciona de manera magnificente los dos primeros años del difunto (se dice que anteriormente era durante los primeros tres años), siempre y cuando haya transcurrido suficiente tiempo para que el alma vaya al inframundo y vuelva. Si alguien, por decir, falleció el 20 de octubre, no volverá el 30 o 31, porque apenas va de ida hacia el reino de los muertos. Su primer Día de Muertos será al siguiente año.
Mucha gente se pregunta por qué esperamos a los muertos en el hogar. Sencillamente, porque durante varios milenios enterramos a los seres queridos en nuestras casas. Los ancestros procedían del inframundo, es decir de un reino debajo de nuestros pies, para visitarnos. Cuando llegaron los ibéricos, el lugar de enterramiento cambió. Pasó a ser en las capillas e iglesias católicas. Posteriormente, con el México independiente, en los cementerios públicos.
¿Por qué los altares escalonados tienen nueve pisos? Porque eran nueve los niveles para descender al más allá. Con un altar de nueve escalones representamos los grados de ascenso de nuestros difuntos. Los orientamos, para que no se pasen ni queden atorados en un nivel que no les corresponde.
Hay muchos aspectos de nuestra milenaria cultura. Sea este pequeño texto un recordatorio del sentido que se le da a un curioso elemento de nuestro altar de difuntos.
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Publicado en Enfoque Diario el sábado 29 de octubre de 2016. Publicado en Cortamortaja el martes 22 de octubre de 2024.