Postrada en una modesta cama de varas yacía una octogenaria mujer. Vivió sus mejores años en el Barrio Lieza de Santo Domingo Tehuantepec, antigua capital del reino zapoteca istmeño.
Francisca Cartas fue comerciante. Recorrió innumerables pueblos desde su niñez, por lo que, ya de adulta, fue conocida como Na Chica Tehuana.
Dicen que fue una de las muchachas más bonitas de Guizii. Que, como buena comerciante, tuvo muchas comadres que la festejaban en cada cumpleaños. Pero la vejez la agarró desprevenida. Entre bautizos, fiestas patronales, bodas y toda clase de pachangas no se dio cuenta que había llegado el tiempo del descanso. No supo de vacaciones. “Si me quedo en casa, voy a enfermarme”, solía repetir. Y tenía algo de verdad, pues es sabido que la depresión invade a quienes se retiran cuando no deben.
Los dos hijos de Na Chica se convirtieron en personas de provecho. Hombres de bien, como se dice. Por desgracia, las oportunidades que les brindó la madre facilitaron su exilio. Estudiaron en la capital del país, se casaron con unas guadas, como dicen en lengua zapoteca a las fuereñas, y se olvidaron del pueblo. Al principio llegaban de vez en cuando. Luego, fueron espaciando sus visitas, hasta que dejó de saberse de ellos. Pero eso no importó a Na Chica Tehuana, que enorgullecida decía a sus comadres que sus muchachos eran profesionistas.
Una tarde cualquiera, Na Francisca enfermó. A sus ochenta y ocho años las fuerzas no eran las mismas. Las comadres que le quedaban se preocuparon y decidieron turnarse para cuidarla.
De todo ese capítulo, una sola cosa refieren: que en su dulce agonía la anciana, la comerciante que había recorrido cada pueblo del sur de México, tuvo una última voluntad. “Deseo tomar la bebida que tanto disfruté en la infancia, cuando mi madre me la dio a probar. Quiero una taza de bupu; quiero un sorbo de espumoso atole”.
Cada calle y cada barrio fue recorrido por los hijos de las comadres de Na Francisca buscando la bebida ritual. No hallaron a una sola mujer en la ciudad que supiera cómo prepararla. Tristes anunciaron a sus madres que de bupu no quedaba una gota en Tehuantepec. Así se lo hicieron saber a Na Chica, que entendió la situación. Cerró los ojos saboreando una taza imaginaria y nunca más los volvió abrir.
Seguramente en el mundo de los muertos, donde las fiestas son interminables y habitan sus parientes, así como los nuestros, la guapa tehuana no pierde oportunidad de probar deliciosa espuma.
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Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 26 de julio de 2015. Publicado en Cortamortaja el sábado 24 de agosto de 2024. Se autoriza la reproducción siempre que sea citado el autor.