Altar tradicional conocido como biguié' |
Gubidxa Guerrero Luis
Una vez al año muchas familias disponen lo necesario para la llegada de sus muertos. Todos vienen sin importar la edad, género o la ocupación, según antigua creencia transmitida de generación en generación desde hace miles de años.
Pero, como en toda práctica de fe, nunca faltan aquellas personas que suelen burlarse o desdeñar la creencia de sus mayores. Así era Ta Mariano Vera, señor del barrio Cheguigo, en Juchitán.
Perdió Ta Mariano a su padre una noche de diciembre. El señor de casi noventa años falleció apaciblemente en su catre. La esposa del difunto murió pocas semanas después. La mayoría pensó que, al igual que su marido, dejó de existir a causa de los años; pero los observadores supieron la verdadera razón: la tristeza que provoca la viudez.
Transcurrieron los meses y octubre llegó. Vecinos y demás familiares creyeron que Ta Mariano engalanaría su casa colocando un altar adecuado para la ocasión. Pensaba la gente que el hijo recién abandonado pondría ramas de sauce, palmeras, calabazas, caña, naranjas y mandarinas. Tamales y café supusieron que mandaría hacer.
Sorpresa grande se llevaron cuando vieron que nada estaba preparado en vísperas de Xandu’, que es como en Juchitán y otras poblaciones zapotecas le dicen al Día de Muertos. “Hijo, apúrate a poner el biguié’ de tus padres. ¿No ves que ya van a llegar?”, dijo a Ta Mariano una señora de edad. “¿Para qué, Na Juanita?, si no es verdad que vienen. Mejor gastaré en mí, que estoy vivo, el dinero que derrocharía en ellos, que ya no existen”. La señora, un tanto indignada, le reviró: “No seas ingrato con quienes te dieron el ser, muchacho. ¿Acaso quieres que pasen hambre?”. Y Ta Mariano, para evitar prolongar la discusión, le respondió: “Está bien, mujer; le haré caso. Veré qué les dejo en la casa”.
Cuando hubo llegado a su hogar el señor se acercó a un rincón. Por comida depositó para sus padres una calabaza seca, y por cirios una rama de ocote. Le pareció gracioso y así durmió durante la noche que para los zapotecas es sagrada.
Transcurrieron los días y, en uno de ésos, algunos vecinos se hallaban cuchicheando alrededor de una niña que afirmaba haber tenido un sueño revelador. Ta Mariano no pudo evitar la curiosidad y se acercó a preguntar. Claramente escuchó cuando la pequeña decía: “…y vi cómo todos los difuntos pasaban muy contentos frente a la calle; avanzaban cargados de frutas. Y vi también cómo iban alumbrando el camino con unos cirios enormes. Escuché cómo platicaban entre ellos sobre todo lo que habían saboreado en casa de sus hijos y parientes”.
Los vecinos reflejaban alegría en sus rostros porque la niña inocente acababa de confirmarles la llegada de sus familiares. Ella prosiguió: “Pero no todo lo que miré fue alegría. Los papás de Ta Mariano venían caminando hasta atrás. Una calabaza seca llevaba cargando el señor, y con una rama iba abriéndose camino la señora. Fueron las únicas personas tristes que yo vi”.
Ta Mariano se quedó atónito y corrió desconsolado a su casa. Nadie más sabía lo que había dejado como ofrenda. Pidió perdón a sus padres, imploró que volvieran, pensó en ir al mercado por flores de cempasúchil y frutas frescas, pero era demasiado tarde, pues los muertos ya se habían marchado. Entonces se arrepintió y juró que al año siguiente compensaría a sus progenitores.
Y así lo hizo. Mientras vivió, no hubo año sin que dejara de elaborar un hermoso biguié’ para alimentar a sus padres el Día de Muertos. Esto cuentan que sucedió en mi pueblo hace muchísimos años.
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Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 25 de octubre de 2015. Publicado en Cortamortaja el lunes 28 de octubre de 2024.