Dicen que Herminio Pineda fue muy guapo. Las señoras grandes, que lo conocieron durante la niñez, lo cuentan. Un pequeño de cabello brilloso con una sonrisa en los labios, que agradaba a cuanta muchacha se acercaba.
Incontables veces le hicieron ojo, por lo que Minio pasó parte de su infancia entre las curanderas del pueblo, recibiendo sendos baños de aguardiente y rameadas de albahaca.
A pesar de ser una persona cuya belleza resultaba inusual, él era tímido, por lo que rehuía de la gente. Por eso a la edad en que los muchachos van al parque a buscar sonrisas escondidas entre las guapas señoritas, Minio caminaba por la orilla del río tirando piedras al agua, pues le gustaba mirar cómo rebotaban una, dos o hasta tres veces.
Llegado a la edad casadera, las tías del joven no dejaban de presionarlo para que buscara mujer. “Muchacho, es que tienes que conseguir compañera. Te estás tardando, y mientras más tiempo pase, menos candidatas habrá. Apúrate ahora que puedes elegir a la que gustes…” Pero él, nada.
Luego conoció los libros, se adentró en las páginas de cientos de ellos. Encontraba en las hojas ahuesadas la compañía agradable que no hallaba entre los humanos. Y cada vez se fue ensimismando más, y más y más; hasta volverse irreconocible.
Hoy Minio es querido por todos. No hay fiesta popular a la que deje de concurrir. Cuando alguien lo anuncia aproximándose al lugar, los asistentes sonríen y lo reciben entre risas. Él saluda y juega con medio mundo. Pronuncia palabras indescifrables. Chancea. Dicen que en algún momento de su vida se volvió loco; pero como el pueblo es chico y no hay manicomios, resulta relativamente normal soportarlo. Total, ya ha habido otros antes. No es el primero ni será el último.
Lo que los señores no sospechan (ni los niños que juegan con él a las canicas, o lo pellizcan para que los persiga entre gritos felices, cual ogro de cuento) es que entre el silencio de este personaje, se encuentran los pensamientos más lúcidos que cualquier lugareño haya tenido.
Minio halló en la supuesta locura que lo aqueja, la manera de sobrevivir en el mundo. Los demás seres ya no le resultan extraños. Sólo figuras a las que compadece por no saber existir. “Desgarrada soledad, triste soledad, intensa soledad. Nadie más hay. Todos son fantasmas”, piensa Minio mientras observa de reojo a la muchedumbre...
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Texto publicado en Bicunisa, revista cultural. Año II, Núm. 4, Agosto de 2012. Juchitán de Zaragoza.