Gubidxa Guerrero
Quién iba a pensar que el primer Presidente afrodescendiente de los Estados Unidos de América, recibiría semejante vapuleada, apenas dos años después de su incuestionable triunfo.
Las profundas esperanzas que Barack Obama despertó, no sólo entre los ciudadanos estadounidenses, sino en todo el mundo, fueron disminuyendo conforme los meses transcurrían. La prisión de Guantánamo, Irak, Afganistán, la reforma migratoria, la crisis económica, son apenas algunos de los temas que desencantaron a los electores que esta semana propiciaron la derrota de los demócratas, sector al que pertenece Obama.
Sin embargo, de forma digna, el mandatario norteamericano asumió toda la responsabilidad de la jornada; y agregó, una vez que todos conocimos los resultados: “Yo no le recomendaría a ningún Presidente a futuro, sufrir una revolcada como la que me han propinado”. Acertadísimo. El Partido Republicano venció holgadamente, y ya anunció que dará marcha atrás a varias de las reformas aprobadas durante los dos primeros años de la presente administración.
Las preguntas respectivas son obvias: ¿Qué provocó la tremenda derrota del Partido Demócrata? ¿Qué mensaje dieron los votantes a Barack Obama? La respuesta cabe en una sola palabra: desencanto.
Las expectativas que levantó el candidato jovial, educado, perteneciente a la minoría más discriminada del vecino país, fueron muchas. Y desde un comienzo los más versados analistas prometieron una decepción absoluta con respecto al nuevo Presidente. Porque nadie puede negar los nobles propósitos que mueven al ocupante de la Casa Blanca, pero mucho menos ignorar las posibilidades reales de realizarlos. “De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”, dicen los viejos.
Ahora, restan dos años de tensa calma, de espera y de una lucha infructuosa que impedirá cualquier cambio positivo, ya que, si con una mayoría favorable al mandatario, éste no mostró el coraje ni la habilidad política para dar los pasos firmes que todos esperaban; ahora, con el predominio opositor, las reformas serán mucho más difíciles, si no es que imposibles.
Buenas enseñanzas nos ha dado la elección intermedia en la primera potencia del mundo: que el sistema norteamericano es mucho más complejo de lo que todos nos imaginábamos; que las decisiones se toman considerando una serie de factores no siempre visibles; que el poder real no se encuentra necesariamente en los representantes nacidos de los comicios; y que el imperio yanqui seguirá siendo imperio, independientemente de quien lo gobierne, hasta que otros países lo desplacen.
Finalmente, baste un pequeño consejo para quienes apostaron mucho al personaje en cuestión: “que no haya ilusos para que no haya desilusionados”.
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Texto publicado en Enfoque Diario el sábado 06/Nov/2010.