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Imagen tomada de poderesdelaiguana.blogspot.com |
Gubidxa Guerrero
Si bien nuestros ancestros habían logrado mantenerse independientes de los mexicas, que encabezaban la Triple Alianza; cuando llegaron los castellanos casi nadie pudo quedar fuera de su administración. Con la dominación española, los zapotecas perdimos nuestra religión, muchos de nuestros conocimientos ―astronómicos, arquitectónicos, médicos―; también desapareció nuestra añorada autonomía, y dejaron de utilizarse oficialmente nuestros dos sistemas calendáricos.
Aproximadamente el noventa por ciento de la población binnizá pereció a causa de las epidemias. La capital del antiguo reino, la gloriosa ciudad de Tehuantepec, pasó de veinte mil a casi dos mil habitantes. Lo mismo sucedió a otras etnias del continente. Y pese a eso, después del primer siglo de presencia castellana, los poblados nuestros permanecieron. La realeza se convirtió en cacicazgo (en el sentido legal del término, que implicaba una serie de privilegios a la nobleza indígena). Y los descendientes de Cosijoeza y Cosjopi II se fueron perdiendo entre las generaciones siguientes.
A mediados del siglo XVII, las exigencias de los Alcaldes Mayores (gobernantes españoles encargados de administrar ciertas jurisdicciones y de recaudar los tributos entre los pueblos indios) eran cuantiosas. Sus abusos iban más allá de lo que la normatividad virreinal permitía. El Lunes Santo 22 de Marzo de 1660, Juan de Avellán, Alcalde Mayor de Tehuantepec, azotó terriblemente al Alcalde del pueblo de Mixtequilla, y fue tan fuerte el castigo que éste acabó muerto. Fue el último de los abusos que los pueblos zapotecas permitieron a Juan de Avellán, porque de inmediato comenzó lo que pasaría a la historia como la Rebelión de Tehuantepec de 1660.