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La tragicomedia istmeña

Gubidxa Guerrero

[Texto publicado en Enfoque Diario, el domingo 16/Feb/2014]

No sabía don Ernesto que esa mañana cambiaría todo. Cuando abrió la puerta se encontró con cinco manifestantes con pancartas y objetos que obstruían su entrada. La sonrisa mañanera se convirtió en desconcierto. No tenía idea de lo que estaba pasando.

Lo primero que hizo el habitante de ese hogar ―ubicado en avenida del Puerto, entre las calles Juchitán y Tehuantepec― fue preguntar por lo que sucedía. Por respuesta tuvo un “estamos protestando”. Ante el asombro provocado por la contestación, cuestionó: “¿pero yo que les hice?”. Luego pensó que tal vez olvidaba alguna vieja deuda por la que ahora le reclamaban, y agregó: “Está bien; en caso de que les deba dinero, díganme cuánto para que hagamos cuentas”. Los señores se echaron a reír.

“Usted no nos debe nada. Es más, ni lo conocemos”. El ceño comenzó a fruncírsele a don Ernesto. Y entonces, amablemente dijo: “Ya que no tenemos cuentas pendientes qué arreglar, denme permiso para que abra el portón de mi domicilio y saque mi carrito de esquites”. Los cinco individuos que obstruían su portón respondieron altaneramente: “Si gusta, pase por el pasillo, pero no dejaremos que saque nada que obligue a que retiremos nuestros objetos. De ese portón no saldrá ningún coche, mueble o carrito de elotes”.

La molestia del dueño de la casa no se hizo esperar, y de nuevo habló: “Oigan señores; si no tienen alguna queja contra mí, si no les debo un centavo ni les hice nada malo, ¿por qué no dejan que haga uso de mi espacio para abrir el portón de la casa y pasar con mis cosas? No entiendo lo que pretenden”. Los manifestantes replicaron: “Estamos exigiendo que el gobierno atienda nuestro pliego petitorio”. Y don Ernesto, todavía paciente, replicó: “Muy bien; creo que es justo que todo gobierno vele por los intereses de sus ciudadanos, pero, hay un pequeño detalle: ¡yo no soy funcionario público!, ni tengo nada que ver con el gobierno”. Entonces, el líder de los cinco plantados habló un tanto enojado: “Sabemos que usted no trabaja ahí ni tiene algo que ver, pero su casa está bloqueada como medida de presión hacia las autoridades”.

Ante la cerrazón de los cinco inconformes, don Ernesto se marchó como pudo. Buscó una patrulla y pidió a los policías que por favor lo ayudaran a liberar su entrada. Los uniformados dijeron que nada podían hacer. Pasaron las horas y luego los días. Después de una semana, al notar todavía la presencia de quienes le impedían pasar con su carrito de esquites, les preguntó “¿Cuándo liberarán mi entrada?”. “Hasta que el gobierno solucione nuestras demandas o dé una respuesta satisfactoria”, le contestaron. 

Pero un día gris, el gobernante en turno negoció con uno de estos personajes y quedaron todos felices y contentos. Aunque no obtuvieron exactamente lo que pedían, sí les tocó ‘algo’, especialmente a quienes se reunieron con el mandatario. Fue cuando los manifestantes le dijeron a don Ernesto: “Nos vamos, y recuerde que no tenemos nada contra usted sino contra el gobierno”.

Pasaron los meses, y otra mañana alegre, en que el sol anunciaba un día propicio, amaneció la casa completamente rodeada, que hasta sitiada parecía. El diálogo entre don Ernesto y los inconformes fue el mismo; la causa igual. Eran nuevos manifestantes que exigían otras demandas, y que utilizaban al dueño de la casa como rehén para que el gobierno los atendiera…

Y un día don Ernesto se cansó de estar a merced de los manifestantes que de cuando en cuando lo utilizaban y decidió decir ¡basta! Declaró a los cuatro vientos que deseaba que le respetaran su derecho a salir de su casa con su carrito de esquites; exigió que ya no se manifestaran tapando su casa ni cerrando su portón, e invitó a que se usaran decenas de otras formas para resolver los problemas entre el gobierno y los manifestantes. Entonces los antiguos plantados, esos cinco que le obstruyeron por vez primera la salida de su hogar, comenzaron a decir: “Don Ernesto es un intolerante, es un fascista que criminaliza la protesta”. 

Pobre don Ernesto; después de haber padecido tantos males durante mucho tiempo, todavía tuvo que soportar esos calificativos. Esta historia tan absurda que vivió don Ernesto, la sufrimos desde hace muchos años todos los istmeños y quien sabe cuánta gente de otros lugares. Triste, pero cierto.